miércoles, 30 de diciembre de 2009

Los abrazos toscos

Te parecerá una locura. Rechazar un abrazo, una caricia, un beso. Suena desquiciado, verdad? A veces hay algunos roces con efecto bumerán, de esos que cuando regresan, después de haberlos deseado tanto, mandas de una patada al piso de al lado . Es absurdo, sí, y estúpido, muy estúpido.

Pero ese cariño compasivo no sirve de nada cuando tu mala cara muestra unos titulares que cuentan que algo no marcha. Ni bien ni mal, simplemente, nada. Es un acopio de aparentes buenas intenciones que pretenden lanzarte mensajes subliminales haciéndote creer una vez más en esa mano amiga que dice estar ahí siempre y que desaparece como por arte de magia en un segundo. Te das la vuelta y ya no está. Que creías, iluso?

A veces incluso te permites la licencia de permitir que todo se tiña de hipocresía, dejando que se escurra entre tus ropas esa leve mirada de caridad, por mucho que no vaya a ayudar. Ni a sentarte bien. Las mentiras se agolpan bajo el abrigo de tu paciencia y aceptas con resquemor esa otra mentira, escupiendo una sonrisa que no por amplia es menos falsa. Puedes incluso romperte las manos contra el espejo, blasfemando contra esa imagen que no es la tuya, clamando a los infiernos para que te sea devuelta, implorando a la Luna que te acune un rato, lejos de todo engaño mundano.

Y a pesar de todo, no puedes dejar de caminar hacia el infinito, consintiendo que pasen los días lluviosos escondido bajo un paraguas que no acierta a protegerte de la lluvia que cae incesante sobre tus hombros, bajando la mirada con aire condescendiente. Todo por no decir que sí a ese juego que te trae la vida de vez en cuando, poniéndote a prueba una vez más, y otra, y otra más. Un juego al que ya no quieres jugar de nuevo, no con las mismas reglas. Suficiente. Tal vez sea que ya te has cansado de recorrer descalzo caminos llenos de piedras. O de tener que pedir hora para una cura de emergencia. Eso si tienes suerte y no te aparece un contestador, reiterando la sempiterna falta de disponibilidad.

Así que mejor empiezo de nuevo. Comienzo por no querer más la tosquedad de ese falso abrazo. No por uno compasivo. No por uno que sólo llegue porque parezco ausente. Esos se han acabado, porque no puedo recogerlos más. Por mi parte, han prescrito. Mírame a la cara antes de soltarlo. Quizás lo veas tan claro como yo.

Hablaba de juegos, verdad?

Jaque mate.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Caras

En blanco. Totalmente. Vuelve el insomnio. Joder, ya empezaba a echarlo de menos. Sería absurdo seguir preguntándome los porqués de este regreso. Es como estos aborrecibles especiales de navidad que tenemos que tragarnos en la tele estos días; sabes que vuelven, y no hace falta quejarse, porque seguirán volviendo. Como esas raras ideas que viven en una habitación con vistas en algún rincón de mi cabeza, esas que creía que podía solucionar pero que se repiten una y otra vez con diferentes caras, distintas voces y los mismos tópicos.

Vale. No mentiré. Algunas caras son las mismas. Las mismas que a veces muestran tener la misma sensibilidad que un saco de cemento. Pero la mayoría son pasajeros de un movimiento que no para y que convierte en inútil cualquier esfuerzo de escapar de él. Son caras que fingen esos buenos sentimientos que nos llevan a mentir constantemente y a mostrar que la verdad está tristemente sobrevalorada. No buscamos la verdad, sólo que no nos mientan más. Que la tristeza que a veces nos invade sea vista como tal, sin sombra de ojos ni lápiz de labios. Sin más. Que no pase por alto. Que no se disimule. Que no me llames luego, si es ahora cuando necesito hablarte. Luego, igual no me apetece. Luego, siempre es tarde.

Caras que se repiten cada día. En la calle, en el trabajo o en los sueños que te persiguen. Se convierten en pesadillas y te despiertan a medio camino de un infarto, dejándote tumbado sobre la cama, mirando al techo y preguntándote que has hecho mal esta vez. Qué ha cambiado desde la última cara, o qué no ha variado, para que sigas volviendo a una casa vacía. Como viene siendo ya una maldita costumbre.

Y no puedo dejar de mirar esas caras, en busca de una respuesta, escudriñando tus ojos para ver si hoy sí me cuentan algo nuevo. Los míos te parecerán oscuros, lejanos. Tristes. Es porque están cansados de buscarte y no verte.

Y yo también.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Polaroids

Me he dejado llevar por una nueva afición. Colecciono instantáneas, de tres por cinco. Ya venía siendo hora de abandonar la teletienda antes de que se convirtiera en una grave adicción. Me paseo solo o acompañado y voy guardando fotos hechas con mi Polaroid. Hasta tengo una cajita de puros habanos que vacié, donde voy dejando las imágenes que se plantan frente a mi. No me quejaré si sueño luego cosas raras, lo prometo. Seguro que me encuentro con un Morfeo con cabeza de conejo, rodeado de espejos gigantes y con una de esas historias raras de las que no quieres salir, esperando a ver que pasa al final.

Igual que en esas historias cotidianas en las que buscas el romanticismo que perdiste y que no hay manera de encontrar. Una de esas historias cuyo final conoces de sobra y que, por reiterativo, te niegas a vivir una vez más. Es la misantropía que va inundando tu cuerpo la que te lo impide. Ese dejar de confiar en lo que te rodea porque se vuelve lejano, absurdo o simplemente aburrido. Los cuentos de hadas y príncipes se quedan en eso, en cuentos. Y luego viene un Chivato y te dice que las hadas han caído. Encima. Ya no se puede hacer nada. Será que es tarde, o algo así.

O no. A menos de que la gilipollez venga de serie en algunos modelos, tal vez aún haya algún atisbo de esperanza. Si es cuestión de hacer tratos, habrá que hacerlos, y buscar ese termino medio que tan mal se nos da a todos los que no encontramos lo que buscamos que, por extraño, se nos hace distante en cada intentona. Hartos de intentarlo, solucionamos los problemas a base de desconexiones autonómicas o ingestas masivas del whisky de las cuatro rosas. Una forma muy útil para ver las cosas claras. Decía Carlos que aunque te levantes con resaca, este no es un nombre de mujer. Así que no cuenta. Esta vez. Las otras tampoco, pero van cayendo en el olvido.

El problema es que creo que soy un romántico diletante. Fallan los ases en la manga, las puertas traseras, las flores de plástico y las casas de cartón. Me declararé culpable, a ver si así evito la silla eléctrica, aunque me pase la vida en el corredor de la muerte. Necesito un indulto. Una bula papal. Y si no un exorcismo, ya puestos, que seguro que funciona igual de bien y no tiene efectos secundarios.

Necesito lo que busco y no encuentro. Lo que no veo. Lo pondré en la lista de cosas que no me trajeron los Reyes Magos para volver a pedirlo este año.

Con tanto trajín, se les olvidaría.

martes, 10 de noviembre de 2009

Cuelga general

No hace muchos días recibí una llamada al móvil, una de esas que, en cuanto ves el número de quien te llama, te das más prisa a descolgar. Oye, me dijo, tengo unas noticias cojonudas. Vente para casa y te cuento en persona, que el teléfono es muy frío.

Desde ese día, me estoy planteando permitir que mi móvil se declare en huelga. Que haga carteles con post its, con algún eslogan escalofriante reclamando la abolición de la esclavitud y un fin de semana libre al mes para poder tener algo de vida social y relacionarse con otros teléfonos. PDAs abstenerse.

Si es que hasta no hace mucho, era muy frecuente encontrarte con algunas zonas donde no era posible tener un mínimo de cobertura y los pobres móviles podían descansar un rato. Pero hoy, mires donde mires, los teléfonos están sobre-explotados, no se alejan de las orejas o las manos de sus propietarios ni para cargar la batería. No les dejan descansar. Y la culpa debe ser de las tarifas planas.

Yo los entiendo. Cogen el metro, si no hay más remedio, y cuando están en ese momento de relax en el que pueden dedicarse a leer, escuchar música u observar el extraordinario toque sensual del bluetooth del asiento de enfrente, llega una llamada entrante. Además de tener que soportar la canción hortera de moda que el hortera de su propietario ha obtenido mediante descargas ilegales, tiene que aguantar que el susodicho le pegue gritos a su interlocutor a través suyo.

O peor aún. Se van al cine, y no pueden estar por la película porque los sms van que vuelan. Malditas campañas de mil mensajes por diez euros. En el momento más interesante, justo cuando los protagonistas están a punto de iniciar un fugaz e irrepetible intercambio de fluidos, alguien quiere saber donde está y que está haciendo el inconsciente titular de la línea. Y los pobres móviles se ven obligados a iluminar la oscuridad de la sala con la verdosa o azulada luz de su pantalla.

Y así, en todas partes. Coches, hospitales, aulas de enseñanza, dormitorios o cuartos de baño. En plena caravana, provocando interferencias con las máquina de rayos-x, interrumpiendo las lecturas del personal docente, coitos o baños relajantes. Algún día tenían que explotar y rebelarse contra los dedos opresores que torturan su pantalla táctil con golpes histéricos y destruyen su diccionario interno con abreviaturas imposibles.

Es por todo esto por lo que me veo en la obligación moral de romper no una, sino varias lanzas en favor de ellos. Tengo que solidarizarme. Debo conseguir que quien pasea a mi lado deje descansar su teléfono durante un rato, que las relaciones humanas, sean humanas, y no con un aparato que, qué coño, necesita un descanso de vez en cuando. Hay que lanzar todas las campañas posibles, por una vida más digna para tu teléfono. Por una jornada laboral reducida, descuentos en la compra de accesorios y una rebaja ostensible en los precios de los politonos.

Por cierto. La llamada de antes, la de las buenas noticias, acabó en una celebración con varias cervezas frías y algún que otro cilindro canceroso adulterado.

En persona. Como debe ser.

Ui, casi se me olvida apagar el móvil.

viernes, 16 de octubre de 2009

Linea 3

Menudas piernas te gastas. Se notan bien cuidadas, incluso a pesar de las medias. Y qué decir de ese escote imposible, esa mirada de gata salvaje y ese saber estar cuando bien sabes que medio vagón te está mirando. Incluso yo, que parezco absorto en mi lectura, y llevo tres minutos con la misma linea. Tenía que haber subido a otro tren.

Volviendo a tus piernas, bonitos zapatos. Te ha sido difícil subirte a ellos? Anda, levántate y ven a contármelo a este rincón donde he aparcado, justo al lado de una de esas barras donde agarrarte para no sufrir un desvanecimiento con el vaivén. Con el del tren. Mujer, que lo hago por tu bien. Así podré cambiar el angulo de visión y el viejo verde del fondo no volverá a guiñarme el ojo ni a mover la cabeza señalándome tu cuerpo de esa manera tan obscena. Que bien podía ser nuestro padre.

Las prácticas de telepatía funcionan, por fin. Ahora que te tengo más cerca, sin ningún motivo aparente porque no había nadie a quien cederle tu asiento y, aún así, te has venido a mi vera, voy a poder comprobar si la publicidad del nuevo perfume que me endosaron por mi cumpleaños tiene razón y da sus frutos. Por cierto, el tuyo sí funciona. Si no, no me explico qué fuerza cósmica está haciendo que ya no oiga las descargas ilegales del reproductor del bolsillo derecho del pantalón. Lo especifico para que no te confundas.

Nueva parada, nuevo tropezón con los tacones. Te voy a poner una L blanca con fondo verde en la espalda. O mejor se la ponemos al conductor para que nos trate con algo más de tacto, y ya aprovecharé un momento más íntimo para ver ese bonito vestido por detrás. Espero que entre el casting de pasajeros que se van aborregando en la puerta no haya ningún cura ni servicios de seguridad del Metro. Más que nada porque lo que estoy pensando anda entre el pecado y el delito, y hoy no estoy ni para aguantar sermones de medio pelo ni para enseñarle la documentación a nadie. A riesgo de que ese nadie se lleve una patada no prescribible en los cojones. No se si tanto brote psicótico y violento es debido a las últimas lecturas que guardo bajo la almohada o a que realmente, me estoy volviendo bipolar. O a cualquier otro motivo que no acierto a discernir.

El caso es que llevamos ya diez minutos de parada, he comprobado unas veinte veces que incluso pese a haber salido de casa con muchísimo tiempo de margen, voy a acabar llegando tarde al trabajo, y por la manera de tocarte el pelo, veo que tu también vas a llegar tarde dondequiera que vayas. Hacia donde vas? Lo digo porque en cualquier momento la megafonía va a comunicarnos el cese de tráfico de la linea por una incidencia, todo el mundo va a salir en avalancha y yo, que soy nuevo en esto, no tengo ni la más remota idea de dónde coño estoy.

Lo que te decía. Ves, si hubiéramos invertido esos minutos en algo productivo, ahora podrías decirme como llegar a mi clase, que con eso me conformo, y me habría ahorrado la desagradable conversación con el jefe de estación, que ha sido muy amable traduciendo incidencia a un lenguaje menos técnico, más mundano y, sobretodo, más innecesario. Solo le ha faltado dar los detalles más escatológicos. Estaría aburrido el hombre, cansado de contar cuanta gente se le cuela sin pagar. Aunque tampoco parece importarle mucho. O nada.

Creo que ha sido en ese pequeño lapso de tiempo en el que yo he abandonado mi viaje sideral y he vuelto a poner los pies en el andén, cuando he sido consciente de tu ausencia. Te he encontrado al ver a una legión de baboseantes miembros del mal llamado género masculino que, lejos de querer hacerte protagonista involuntaria de una entrada de un inocente blog al que tenia ganas de contarle algo nuevo, han posado sus lascivas miradas en las innumerables curvas de tu cuerpo.

Y la verdad es que ha sido bueno verte alejándote por un par de motivos. Primero, porque he podido comprobar tu soltura sobre esos doce centímetros de aguja, esquivando seguidores y omitiendo las escaleras mecánicas para hacer -sin pagar- una clase rápida de steps. Ahora también entiendo el porqué de que tus piernas sean así, y no diferentes. Te pido perdón por haber pensado a primera vista que eras novata en esto de las alturas taconiles.

Segundo, porque lo único que quería de ti era esa inspiración que no encontraba desde hacía unos días y que necesitaba como agua de Mayo. Vaya topicazo. Así de triste y así de alegre. O de verdad creías que te iba a pedir tu teléfono, mail, dirección o asistencia a las nuevas redes sociales de internet? No, no. Yo no funciono así. Te pido perdón por utilizar tu cuerpo, ese que he mirado sólo dos veces, para mis propios fines, que no son más que estas lineas que no vas a poder leer.

Pero quien te iba a decir esta mañana, después de que el despertador haya hecho gala de su nombre, te hayas preparado un baño de espuma perfumado o una ducha rápida, escogido un modelito que luzca las horas de gimnasio, maquillaje, lápiz de labios horizontales, pendientes y pulseras (llevabas?) y toda esa parafernalia que hace que cada día crezca más mi admiración por tu género, ibas a ser protagonista de una historia de príncipes y princesas que no se vuelven ranas después de un beso? Aunque aquí no veas ni príncipes ni princesas, ranas o besos.

Pero haberlos, los habrá, digo yo. De todos ellos. De todas ellas.

En alguna que otra linea.

O en la agenda de mi móvil.

sábado, 10 de octubre de 2009

Felicidad (para L)

Ya que lo preguntas, pues voy a ver si te puedo ayudar. Lo tengo todo preparado. Mis bebidas espirituosas, mis otras cosas espirituosas y, como no, el Google. Lo quieras o no, es el mejor sitio por donde empezar la búsqueda de un deseo.

El olvido viene últimamente disfrazado de Felicidad (si, si, con mayúscula). Al menos esta noche. Si lanzas la búsqueda como "Felicidad" aparecen, siempre aproximadamente, 13.400.000 entradas. No esta mal. Si es por "búsqueda de la felicidad", 11.100.00, y lo más terrorífico de todo; "encontrar la felicidad", 7.650.000. Ante estos abrumadores datos, puedes llegar a la conclusión que sólo unos cuantos de los que buscan la Felicidad, son capaces de encontrarla. No desesperes todavía. No son tan malas noticias.

No puedo decirte mucho de algo que a veces escapa a todo razonamiento humano. Pasamos la vida buscando, esperando encontrarla a la vuelta de la esquina, vistiendo una sonrisa de oreja a oreja típica de cualquier vendedor de El Corte Inglés en prácticas. Te pregunta que si te puede ayudar y tu te aferras a lo primero que te ofrecen, porque es lo primero que ves en muchos años. Esa primera oferta es la que acaba por doblegar tus ánimos, mermados por una lucha sin fin que ya dura demasiado tiempo. Porque ni es lo que buscas, ni lo que necesitas. Aunque, estadísticamente, tarde o temprano, toca.

A veces pienso que la Felicidad es como los hospitales: todos sabemos donde están, pero si podemos, no vamos. En serio. A veces estamos tan sumamente cerca que nos da miedo. Y si la encuentro y soy feliz, luego que? La tópica pregunta del millón. La típica pregunta sin respuesta.

Luego también está aquello de ser más feliz que un tonto con un lápiz. Pues lápices para todos, coño! Pero, seguro que no te has preguntado porqué el tonto es feliz. Y ésta, si tiene respuesta. Uno de esos filósofos que tanto me gustan y que tantos siglos llevan enterrados vino a decir que la única manera de conseguir los deseos de uno mismo, era tenerlos limitados y bajo control.

La verdad es que prefiero pensar que el tipo que esconde la secreta ubicación de esos atesorados deseos, es el del espejo. Dicho de otra manera. Si quieres encontrar algo, echa un vistazo por ahí dentro.

Seguro que lo encuentras. Seguro.

Y si no, grita.

lunes, 28 de septiembre de 2009

"Man on the side"

Me he buscado en sincero para ser capaz de sentarme un rato ante la pantalla y escribir algo honesto, pero no me he encontrado. De hecho, después de ese primer paso, el de poder conciliar el sueño de una manera rápida y fácil, llegaba el turno de la cura de sinceridad con uno mismo. Esa abertura hacia el interior, que te catapulta hasta el pasado y te devuelve al presente en una milésima de segundo, te recuerda todos los pasos dados en el camino, te obliga a despedazarlos y a hacerles la autopsia. Luego lo ves todo de otra manera, con cariño, pero diferente.

Ves que no te pierdes nada y que te perdías mucho, que caminabas como un cangrejo sin ver en que dirección iba la carretera a ninguna parte. Y que es mejor cuando sales de casa después de haberte mirado al espejo soltándote una sonrisa.

Que igual que un regalo que no sabes que contiene, la vida te depara sorpresas agradables que tienes que desenvolver y probártelas, a ver si son de tu talla. Y si no lo son, das las gracias igualmente, que sonreír, a día de hoy, sigue siendo gratis. Que cuesta muy poco levantar la cabeza y mostrar esa actitud digna de todo ser humano hacia otro semejante, aunque sea poco frecuente últimamente en la tierra del olvido.

Que a lo mejor re-conoces a gente de quien creías que no podía salir nada bueno y te sorprende encontrar esa honestidad que buscas desde hace tanto tiempo. O todo lo contrario, por lo que te alegras de haberte dado cuenta y te das tu mismo un golpecito en la espalda, felicitándote por esa vista de lince que Dios (?) te ha dado.

Que vale la pena aprender a usar un par de palabras como y que en la vida cotidiana, que no te va a hacer falta que te den un Oscar por fingir ser lo que no quieres ser, que hoy no me apetece cogerte el teléfono y hablar contigo, que hoy salgo solo, o con quien yo quiera, que me apetece dormir en el sofá, despertarme a media noche y comprobar cómo van las ventas de la última novedad para perder peso que venden en la tele-tienda, tomarme una copa o acostarme con la música a todo gas, aunque joda a los vecinos.

Que la filosofía de mercadillo también funciona, aunque no sea un superventas y venga acompañada de botellas sospechosamente vacías y ceniceros al límite de su capacidad. Y que como me contó uno de estos nuevos filósofos de última generación, un tal Mayer, tu, yo y el de más allá podemos ser un "man on the side".

O no.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Achtung baby

Y hoy qué te pasa? Tampoco puedes dormir? No tenías ya dominados algunos métodos infalibles? Seguro que sí, pero tampoco hay que abusar. Nada en exceso, decían en Delfos.

Puedes dedicarte a pasar unos minutos enfrente del bloc, afilando el lápiz y acabar no diciendo nada. O diciéndolo todo, de una manera u otra. Total, qué más da lo que digas, si lo que acaba siendo importante es cómo lo dices. Te pasas la vida midiendo tus propias palabras para que éstas causen el efecto deseado. Calculas todos tus movimientos con el fin de no hacer ningún paso en falso. Y resulta que cuando estás más cómodo es cuando no tienes tiempo de premeditación y eres tan natural como un vaso de agua. Pero aún así te queda la duda.

Dudas que consiguen acercarse a tu retiro sigilosamente y martirizarte con su llamada, martilleando en tu cabeza como los recuerdos que creías haber borrado pero que siempre vuelven. Entonces notas que todo se para alrededor tuyo y te quedas sentado en un rincón, esperando el servicio de recogida urgente a cualquier otra parte.

Lo bueno es que el servicio funciona, y siempre consigues salir y mandar las dudas a molestar a la puerta del vecino, que vive sólo y estará aburrido. Te sacas de la manga una canción y la sueltas a sonar, aunque no la escuche nadie más que tú mismo. Como esas que inundan tu sala de estar, esas que alguien escribió para otro alguien y que quizás hubieran quedado en el olvido, como tantas otras cosas, pero que, por el motivo que sea, o por la magia de quien quiere estar en todas partes, acaban iluminando la oscuridad.

Luego, igual se te ocurre preguntarte en que estarían pensando al escribirlas. Seguro que no puedes resistirte a saber más y más. Seguro que no puedes evitar querer protagonizar alguna. A que no puedes?

Pues presta atención.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Valientes

Aprovecho que os he visto esta tarde, que el tema del día es el de ser valientes, y que aún no me han hecho efecto las pastillas para no soñar. Ya sabéis, yo siempre probando emociones fuertes.

Y es que hay que ser valiente. Dicen que el mundo es de estos, de los que cogen aire, cierran los ojos y dicen "allá voy". Donde sea, pero voy. Visto lo visto hasta ahora, no encuentro ningún motivo por el que no se pueda soñar que lo de ayer fue una pesadilla y lo de hoy un sueño premonitorio de lo bueno que está por llegar. O de lo que está llegando. Así que, ánimo, ya queda menos.

Además, aunque te veas rodeado por cajas de cartón, espiándote desde todos los ángulos habidos y por haber, entre ellas habrás visto caras conocidas que te decían cualquier cosa. Por si no te has quedado, te recuerdo mi parte del guión, el yo sigo aquí, amigo. Pa' lo que haga falta. Rubia, lo mismo te digo a ti. Teléfono móvil, teléfono fijo, mail, facebook, o en persona, que mola más para todos.

Tendría que hacerme con una grabadora, para acordarme mejor de algunas conversaciones, pero siempre queda alguna frase guardada en el disco duro. Lo importante es participar, dices. En todo, sí, hay que participar y estar contento por haberlo intentado; y seguir rascando, que hay miles de premios. Y siempre compramos boletos seguros de que esta vez sí, aunque luego no, y vas perdiendo esa ilusión que tenías el primer día, hasta que dejas de comprar tanto.

Olvidadlo. Esta vez nos toca ganar, amigos.

A todos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Septiembre

No encuentro el reloj. Sí, el reloj, ese pequeño instrumento tan inútil durante las vacaciones como indispensable durante el resto del año. Seguramente será síntoma de la llegada del final del verano y quizás sea que no quiero encontrarlo. Pero me hace falta, aunque sólo sea para cronometrar el tiempo que tardo en perder las grandes aptitudes adoptadas en las últimas seis semanas.

El caso es que creo recordar que lo metí en el cajón de las corbatas, pero por ahí no aparece. Las he sacado todas de su sitio, he aprovechado para deshacerme de las más grotescas - esas que te regalan por Navidad y no usas nunca - pero el reloj no sale. No lo hallo. Es desesperante. Incluso he llegado a pensar en ponerle una correa al despertador, por si llega el día que sea y necesito saber cuanto queda para recuperar las asignaturas que me quedaron pendientes para Septiembre. Por suerte, las tengo claras, y superadas. Pero, dónde estará el reloj.

Estoy empezando a imaginar el caos del primer día de trabajo sin poder controlar el tempo, perdiendo el control y los nervios. Y blasfemando contra Kronos. Si es así, imagina el segundo día: reinará la anarquía y acabaré volviéndome nihilista, o algo peor. Tertuliano de televisión, por ejemplo. Tal vez sea muy melodramático, y sí, puedo preguntar la hora a alguien, o hacer lo que todo urbanita del siglo XXI que se precie es capaz de hacer: mirar la hora en el móvil cada dos minutos, aprovechando la ocasión para mostrar las virtudes de ésta su última adquisición del programa de puntos.

Pero yo necesito mi reloj. No sólo por el vínculo emocional que me une a él, ni porque, modestia a parte, no sea precisamente un Casio de última generación del tenderete de Ahmed en la playa. Me hace falta para ese ritual especial en el que llego al trabajo, me lo quito y lo suelto encima de la mesa, estrategicamente posicionado en dirección sur-sureste, para poder comprobar que llego tres minutos tarde, y controlar cuanto tiempo queda para salir del edificio a fumar de una calada toda la nicotina que puedan soportar mis seguramente enfisémicos pulmones.

Yo que quería empezar el curso con buen pie, y no va a poder ser si no encuentro el reloj. Todo el mundo estará contento: los niños con maletas y estuches nuevos gracias a los corticoles, los funcionarios con sus incómodas sillas pseudo-ergonómicas gracias a las cuales podrán coger una temprana baja por los fuertes dolores de espalda. Y alguno que otro habrá feliz, porque ha vuelto a empezar la Liga. Y yo sin saber donde está el reloj.

Podría preguntarle a mi madre, que a pesar de vivir en la otra punta de la provincia, seguro que tiene una de esas respuestas que caracterizan a toda madre: Has mirado en el sitio donde lo dejaste? Sí, mamá. Pues vuelve a mirar, porque sólo no se va a ir de paseo. Lo peor es que lo haces y lo encuentras, y te preguntas si realmente tu madre es un ser superior o es que ha empezado a poner cámaras ocultas por tu propia casa para controlarte a distancia.

Pensándolo bien, puede que lo encuentre bajo la avalancha de cartas que me he negado a abrir ultimamente y que han ido formando una perfecta pirámide de aspecto incaico sobre la mesa. Podría empezar por ahí, aunque únicamente sea por aquello de descartar opciones, y así, de paso, veo si hay alguna carta realmente importante y no solo facturas. Luego seguiré por los cajones del congelador que, como están vacíos como siempre que vuelves de vacaciones, serán fáciles de registrar. Y ya quedarán menos.

Tal vez deje para el final lo de volver sobre mis pasos hasta el cajón de las corbatas y levante la última que me dejó mi padre, de un aire totalmente ochentero, bajo cuyo sospechosamente abultado pliegue está el maldito reloj, exactamente en el mismo lugar donde lo dejé.

Pero mientras, buscaré por otros lares, empezando por el mueble-bar, que siempre me tiene guardada alguna que otra alegría.

Como las que encuentro cuando menos me lo espero.

Donde menos me lo espero.

viernes, 28 de agosto de 2009

Volver

Si cierro los ojos veo el viento.

Si cierro los ojos acaricio la lluvia que golpea implacable las flores muertas que esperan en mitad de la carretera. Y leo libros no escritos, y escucho canciones no grabadas.

Si cierro los ojos, escucho el silencio; me dice que siga caminando hacia adelante, sin retroceder ni un paso. Que no me deje doblegar ni un ápice.

Si cierro los ojos, oigo canciones imaginarias que llenan de color el blanco y negro, pidiéndome que abra la puerta.

Si cierro los ojos veo como los restos del sol agonizante tintan de rojo lo que queda del día.

Si cierro los ojos.

Te veo sonreír.

domingo, 16 de agosto de 2009

Parte de cero

Esta es la historia de un vagón de tren cualquiera, en una tarde cualquiera. Es la historia de la indiferencia de parte de sus pasajeros frente a la indiferencia de la otra parte de sus pasajeros. Es el cuento de nunca acabar entre los transehuntes de la vida de otros que pasean por su propia existencia camino de ninguna parte. Es un acopio de miradas perdidas, entrecruzadas, interrogantes; quien será, como será, con quien será. Sólo. O acompañado. Ausente u omnipresente. Perdido y reencontrado. Enfermo y recuperado. Loco y desquiciado, al fin y al cabo. Habitante del vacío que provoca el silencio de una noche sin luna, solo roto por el latido incesante de unos ojos en busca de las estrellas.

Es un paseo por un mar de hojas secas que esperan un leve soplo de viento para echar a volar. Es una lucha constante para apagar fuegos con bidones de gasolina y evitar riadas desatando tempestades. Es una condena de arresto domiciliario que se acaba al tirar la puerta abajo de una patada, dejándola abierta para que corra el aire. O una botella vacía y unas gafas de sol tiradas sobre la mesa. Un entierro de viejos recuerdos que no sirven para nada más que para martirizarte con su constante repiqueteo. Una desintoxicación. Un formateo del disco duro y un volver a empezar de cero. Una reforma integral o, en su defecto, una mano de pintura.

Esta es la historia de un vagón de tren cualquiera, en una tarde cualquiera, que no puede parar.

Que no quiere parar.

sábado, 1 de agosto de 2009

Palabras 1 Silencio 0

Casi las tres de la mañana. Si sigo potenciando esta firme adicción a la teletienda voy a acabar convertido en profesor de spinning. Que gran deporte, si señor.

Tengo la sólida teoría de que si el sueño no aparece es porque, seguramente, aún no ha acabado el día y tienes que decir la última palabra. Y sin decirla, el día no termina, convirtiéndose en un espantoso bucle espacio-temporal, similar a un agujero negro que todo lo absorbe. Podría absorber todos los malos pensamientos, y así todos ahorraríamos en profesionales de salud mental. El caso es que hace ya varias horas que podría barra debería estar soñando con lo que voy a hacer en poco rato, y en vez de eso, veo como cada vez hace más calor, la televisión es más patética, y se me acaba el tabaco.

Y con todo, sigo pensando en esa última palabra del día. Conociéndome como me conozco desde hace tanto tiempo, más que una palabra, serán varias lineas. En fin, que el tema de la semana es el de los consejos. Recomendaciones de uso como las de los medicamentos, pero sin posología ni contraindicaciones. Decía Jorge que cuando te sientes abrumado y necesitas buscar el consejo de alguien, al escoger a ese alguien, automaticamente escoges el consejo. Las últimas investigaciones llevadas a cabo desde este mirador me llevan a concluir que, si escoges el consejo, no hace falta ningún tipo de consejero. Pero a Jorge se le olvida ese punto de humanidad en el que tu interlocutor se olvida de tus frecuentes brotes misántropos y pide dos cervezas más. No es consejo lo que buscas. Es sacar un partido positivo de la soledad, disfrutando de momentos improvisados en los que, por arte de magia, te encuentras más rodeado que nunca. Y hablas.

Hablar no es algo para lo que los animales fuéramos diseñados. De hecho, la biología nos ha enseñado lo estúpido del ser humano al querer hablar mediante un aparato que fue creado única y exclusivamente para engullir comida. No intentes hablar y tragar al mismo tiempo, me sentiría fatal ver que te has ahogado. Pero el habla es lo que nos diferencia del resto. Es lo que nos permite crear problemas para luego solucionarlos con total naturalidad y poder seguir avanzando. Eso nos convierte en lo que queramos ser.

Quizás sea cierto que no saldremos vivos de esta vida, y seguramente será todo culpa de Yoko Ono, pero por suerte nos siguen quedando las palabras.

Y eso no muere nunca.

miércoles, 29 de julio de 2009

Por la boca (de otros) muere el pez

Para empezar, diré que es el final. Prometo no mandar más cartas y no pasar por aquí, prometo no llamarte más y no inventar ni mentir, aunque me muera por tener algo contigo. Quisiera tenerlo tan claro como lo tienes tu, pero lo que tenga que ser, que sea, y lo que no, por algo será. Queda algo de tu sabor en mi boca; sin secretos, sin obsesión, esta vez voy muy rápido y sin dirección. No es normal que esté aquí afuera enloqueciendo por tu amor, así que no voy a vacilar más, ya no. Que paren este tren; quiero bajar y volver a casa.

Eres lo que tanto esperaba, lo que en sueños buscaba y que en ti descubrí. Este beso que me das no me salva del infierno, pero podría, quizás, sanarme de la tristeza cuando mi amor se cae al suelo y no se queja demasiado.

Estamos hechos de nubes; dos corazones marchitándose como una flor. Las cosas podrían ser un cielo, pero esto parece el infierno. Mira dentro de mis ojos y verás lo que significas para mi. Tratemos de tener los dos razón, partámonos de risa, hablar no mata.

No pienses que te espío, no llego a ser tan ruin; tengo que dejar tu castillo en el aire, pisar el suelo y aceptar un cambio de planes. Más vale que no tenga que elegir entre el olvido y la memoria. Me he pasado la noche en vela, puedo dormir muy poco hoy, cuando estás en mis noches, pero las escaleras son interminables si no hay quien te espere después.

Tengo que dejarte o no voy a llegar. Te quiero, te he querido todo este tiempo y me quedo con las ganas de decirte que te voy a echar de menos. Te echaré tanto de menos que cerraré fuerte los ojos hasta verte; sólo tengo que esperar. Sé que el mundo es en blanco y negro, pero conozco a una chica que pone color dentro del mio.

Y tengo miedo. A que me tengas miedo. A quererte sin quererlo. A tenerte que olvidar.

A no verte nunca más.

lunes, 27 de julio de 2009

La (maldita) Torre de Babel

Con muy poco o mucha nada que hacer, y ante el tedio que supone el ver pasar las horas, me decidí a llevar a cabo una obra de grandes proporciones, como ya hicieron otros hace 4.000 años, siglo arriba, siglo abajo. Era una obra para mi y por mi. De vez en cuando no viene mal pensar en tu propio ombligo. La intención, buena y perfecta como todas las de su género, era llegar al cielo. Porque, quien no quiere pasar unas vacaciones en el cielo? Seguro que se está más fresquito que por aquí abajo en el infierno.

Después de planificarlo todo hasta el más mínimo detalle, o por el simple pálpito que me dió un día al levantarme y darme cuenta de que, inevitablemente, lo que más quería era estar en el cielo, me puse manos a la obra. Cimientos fuertes, materiales de calidad, ascensores y escaleras mecánicas. Incluso un duty free y varias máquinas expendedoras, que la torre íba a ser alta de cojones y te podía entrar hambre en cualquier momento.

Mientras iba levantando plantas, subiendo paso a paso, el cielo se iba viendo cada vez más cercano. Hasta en algún momento, alguien desde arriba bajaba la mano y me acariciaba el pelo, como dando ánimos para seguir subiendo, mostrando la proximidad de la linea de llegada. Y yo mostrando mi mejor sonrisa y mi mayor alegría, por aquello de ir bien arreglado ante un evento de tales características.

Y se vino abajo. Cuando menos lo esperaba. Cuando más cerca estaba. Un suspiro contra la ventana y adiós. Velocidad terminal. El eco de una lágrima. Y silencio.

Me quedé tumbado, mirando hacia arriba, escuchando las voces de quien no se habia dado cuenta del estruendo que había generado el derrumbe. Dolorido. Exhausto. Cansado. La caida fue dura. Cuando caes así, se te quitan las ganas de volver a subir; no por si te caes otra vez. Las caídas son algo implícito en la existencia humana. Se te quitan las ganas porque duele estar tan cerca sabiendo que no vas a llegar. Y seguro que volveré a tener los huesos enteros y (casi) todos los músculos en forma, y tal vez incluso se me ocurra construir una escalera hasta la cara oculta de la Luna. Pero hoy no.

El cielo puede esperar. El cielo debe esperar.

Porque yo me rindo.

sábado, 11 de julio de 2009

Tocata y fuga

Estamos jodidos. Ahora que parecía que venía buen tiempo, va y cae una tromba de esas que te calan hasta los huesos y te desubican la cabeza. Yo que me creía feliz en el trópico, me encuentro en el centro de Barcelona mirando al cielo y preguntándome en qué momento no se me ocurriría coger un maldito paraguas. Aunque me siento orgulloso de mi mismo. Nunca me han gustado los paraguas. Prefiero mojarme bien y empaparme de todo lo que cae, aunque luego me quede ese resquemor por haber hecho el gilipollas. Otra vez. Y van.... no sé, he perdido la cuenta. Son ya muchos años de repetir la asignatura en septiembre, y siempre suspendo. Pero creo que esta vez igual me ponen un aprobado, justito, pero aprobado. Así, a lo mejor me puedo deshacer de la gilipollez que me persigue en tren expreso, pisándome los talones.

Si es que no la quiero. No me hace falta. Y eso que he conseguido, tras años de experiencia, convertir la tontería en arte. Incluso he logrado desarrollar diferentes categorías, para separarlas en función de la respuesta que se desee de cada sujeto prestado a la investigación y también relacionadas con el momento y la situación en que se puedan dar dichas tonterías. La tontería por la ignorancia, la de la borrachera, la del momento incómodo barra violento, o la de hacerte reir, por ejemplo. Y la de escribir, cuando hace rato que debería haber puesto el tapón a la botella y tumbarme a mirar los desconchones del techo.

Podría hacer una breve pausa para la publicidad. Eso siempre queda bien. Cuando mejor está la película, van y ponen anuncios para desviar la atención del espectador. A mi me pasa lo mismo. Cuanto más cerca estoy de soltar cualquier barbaridad, anuncios, y cambiamos de tema por completo. Más de uno creerá que es por añadir unas lineas. Pues no.

Seguramente es cosa del subconsciente, que cuando anda afectado por algún tipo de sobredosis de cariño, te frena las neuronas y no te deja soltar nada. Especialmente aquello que tampoco va a cambiar nada.

El caso es que, teniendo en cuenta la de tonterías que se hacen al cabo del día, uno se pregunta cómo es posible seguir vivo después de tanto tiempo. Supongo que debe ser cuestión de práctica y de saber disimular en el momento exacto después de haber cometido alguna atroz gilipollez. Luego intentas recordarlo todo y tomar buena nota para que no se vuelva a repetir más. Y a pesar de ello, siempre se repite. Es posible que sea por la falta de recursos que tenemos los humanos para controlar lo incontrolable, para domar toda la fuga de sentimientos que nos emanan por los poros de la piel en cualquier momento de descuido. Las alarmas se conectan al momento igual que la luz verde de un taxi cuando se siente solo y te provoca un torrente desenfrenado de autocomplacencia y abandono a tu propio interior. Hasta lo más profundo de ti. Pero incluso ese abandono tiene algo que atrae. Un factor x, digamos. Y te lanzas sin frenos.

Volviendo al tema. Hablaba de la lluvia. El agua te moja.

Y te recuerda que seguimos vivos.

lunes, 29 de junio de 2009

Yo pienso, tu piensas, ellos miran

Pensar es una actividad que a un gran porcentaje de la población puede resultarle completamente anodina. Falta de práctica, seguramente.

Al minúsculo grupo que practica tal actividad se le puede preguntar por sus reflexiones y/o deflexiones en cuanto apagan la cpu y se dedican a relacionarse. Muchos hablarán de las maravillas que les genera el perderse hacia dentro. Otros, hablarán de la necesidad de reiniciar el procesador después de que la sobresaturación de pensamientos cuelgue la máquina. Esto ocurre siempre que se deja volar la imaginación demasiado lejos y no ves donde están los límites. La mente consciente procesa 16 bytes de información por segundo, la subconsciente, 11 millones. Es sólo un dato, por si interesa.

De hecho interesa; ahora muchos entenderán a que vienen los bloqueos cuando hay demasiados programas en marcha. No hay que forzar la máquina, es muy sensible. Cualquier golpe de nada puede provocar un derrame de piezas más incontrolable que el Tetris en nivel experto. Y te quedas en blanco, sin saber qué hacer o qué decir. En ese momento es cuando a los no-pensadores (sí, a ellos también les puede pasar) se tiran a lo que mejor saben hacer cuando les sobreviene una caída de tal calibre: beber para olvidar.

A los que se consideran pensadores les da por lo mismo, y por fumar cosas raras y, a veces, hasta por escribir en un bloc lo primero que les viene a la cabeza. Porque, eso sí, después del cuelgue, a reiniciar y volver a empezar. Les da por escribir y escribir y escribir un montón de palabras que, bajo su a menudo aparente inconexión, esconden el código secreto para descifrar tantos y tantos terabytes de información almacenada que siempre llevan al mismo lugar. Siempre al mismo reducto solitario donde el olvido es el único cómplice que te sigue donde vayas y te cuenta que no eres el único en esconderte en las entrelineas para no ser visto, aunque a veces se te escape algo, y te recuerda que....

Bueno, simplemente, te recuerda.

Después de leer esto, más de uno entenderá porqué pensar es una actividad que a ese gran porcentaje de la población puede resultarle completamente anodina y no la practica.

domingo, 28 de junio de 2009

Lost in....

No hace falta un diccionario de traducción Realidad-Virtualidad para descifrar los ignotos significados de la vida y de como uno puede estar perdido. En ti, in translation, en el monte o en el paraiso, lugar al que, aparentemente, no puedes acceder sin un buen par de razones. Curiosamente, razones es lo que siempre sobra para comprar un vale para un día completo en ese maravilloso (?) lugar del que todo el mundo habla aunque nadie ha estado.

El paraiso debe tener tantas descripciones como habitantes de este a veces triste lugar al que llamamos mundo. Todos queremos estar perdidos en él, y es por eso que creamos un idílico remanso de felicidad idealizada para luego darnos un tortazo de realidad y así poder renovar el estancado contenido del lacrimal. Cada uno se apaña con su desdichada alma en pena para encontrar un único motivo para humedecerse los ojos desde dentro y luego poder, disimuladamente, pasar la mano alrededor, como si nada hubiese ocurrido, sin darte cuenta de que siempre que estás así, se te enrojece la nariz. La paradoja es que sólo derramas agua salada delante de quien tu quieres que la recoja, y esto es un hecho contrastado y debería ser asignatura obligatoria en todos los institutos para que, llegado el momento, sepas qué hacer. Para muchos es un momento violento en el que la primera reacción es meterse las manos en los bolsillos del pantalón y mirar hacia otro lado. Si ocurre eso, date una colleja; te has equivocado de limpia-lágrimas. En cambio, si la situación se soluciona con un abrazo, una sonrisa o una simple caricia, date un beso, porque habrás acertado. Es difícil encontrarlo, lo se, pero puedes seguir rascando, hay miles de premios.

Pero no quiero frivolizar. Si se te ha caido una lágrima es por algo, y yo estoy aquí dejándome llevar por la emoción de quien ha descubierto que Dios no existe. Toma mi abrazo, mi sonrisa o mi simple caricia. Todo para ti. Todo mi cariño, para que lo cojas cuando quieras o cuando te haga falta para secarte los ojos y humedecerte el corazón con mi triste alegría.

No te sepa mal dejar caer tus lágrimas en mis manos. A mi no me importa; aguantaré, si eso te sirve para acabar el día sonriendo. Y sin estar perdida.

Prometido.

Y esta promesa no es de las que no valen nada.

jueves, 25 de junio de 2009

Miedo por ti

Decía el filósofo que todo lo que hago, lo hago por ti. Es una certeza inherente al propio hecho de estar ahi, expectante, deseoso de cualquier gesto o mirada que implique un viaje de ida y vuelta al cielo de tu boca.

Tal vez sea un ideal romántico, como tantos otros. Luchar por ti, mentir por ti, morir por ti. Podría llenar mil poemas con absurdas promesas nostálgicas. También podría llenarlos con justificaciones y motivos para no seguir adelante, pero volvería a mentir. No hay nada que me sirva como excusa, nada que me haga cambiar de opinión, nada que me saque de la oscuridad. Nada que evite que tenga miedo por ti en cada momento de aislamiento en mi reducto de soledad, con la única compañía de tu recuerdo.

No puedo estar triste después de ver salir el sol durante tantos momentos. Sería egoista; hasta poco caballeroso. Si cierro los ojos, vuelvo a tu lado. Y si eso es así, es porque ya he estado ahí un buen rato, aunque nunca sea suficiente y olvidara decirte algo importante antes de darte un beso de buenas noches.

Lo peor de todo es que no te conozco. Aun. No puedo llamarte, porque no se tu número. No puedo mirarte porque no se cual es tu rostro. Solo te intuyo, escondida en alguna ciudad, esperando, como yo, aparecer tras una esquina y decir hola, te estaba esperando.

Pero recuerda.

Aquí, en el infierno, oigo tu voz.

domingo, 21 de junio de 2009

Una de indios

A ver que te cuento hoy. Una de indios, si te parece bien. Es que no me he puesto mucho y no me va a salir nada en plan poeta lastimado por tus negativas, herido de muerte el corazón y compungido el sentido común que, de tan anestesiado, ha pasado a mejor vida. Joder, si es que no puedo mentirte. Sí, me he puesto; me he puesto tres wiskis. Dame un segundo, que voy a ponerme el cuarto.

No hace mucho, un escritor decía en esa caja grande y plateada que habita en mi minúsculo comedor, que a él nunca le había hecho falta recurrir a ningún tipo de "ayuda" externa para escribir, y que se sentía orgulloso de ello (sic). Me hubiera gustado llamar al teléfono de aludidos y preguntarle sobre su falta de experimentación con las fronteras del cuerpo humano en los pequeños viajes siderales que más de muchos hacemos muy a menudo. También le hubiese recomendado escribir más y salir menos por la tele. De hecho, un escritor debería mantener un estricto régimen de anonimato y humildad y no estar en tertulias casposas, caducas. Estúpidas, al fin y al cabo. Que digo yo, que hay de malo en compartir actividades tan placenteras como tomarte una copa y escribir? O fumarte un cigarro (...) y escribir? Con el gusto que da dejar la concentración y ciertos sentidos racionales a un lado y dejar a la mente vibrar con su propia falta de cordura mientras teclea, o aporrea, el ordenador. Eso ahora. Antes se escribía con pluma y con hojas perfumadas con aromas de "O'd'ete". Malsonante, verdad? Te planteabas un tema, unos personajes y trenzabas su historia rebuscando en tu interior cualquier nota de discordancia con la realidad que te sobra alrededor. Que triste. La vida se ve mejor con otros ojos que no sean los tuyos propios y que no te dejen ver todo lo que no quieras.

Wow! (eso se dice mucho en inglés y además, mola). Se me ha caído la bebida alcoholica que estaba bebiendo, valga la redundacia, y tengo que ponerme a limpiar. Las cuatro menos diez de la madrugada. Ya limpiaré mañana. O sea, luego. Cuando amanezca, tarde, algún asturiano, acompañado de varios colegas de profesión, habrá vuelto a hacer el ridículo en las incomprensibles carreras de vehiculos de cuatro ruedas en circuito cerrado, yo recordaré que tengo algo que limpiar y, a la vez, que tengo que corregir varios errores ortográficos y tipográficos en cierto bloc olvidado.

Por cierto, a qué había venido? Ah, sí.

A contarte una de indios.

Si te parece bien.

jueves, 18 de junio de 2009

El malo de la película (con permiso, tronco)

Un 83 por ciento de la población cree saber siempre quien va a ser el malo de la película antes de que llegue el final. Y todos ellos se equivocan. El malo, es el maldito guionista.

Es él quien idea los finales en los que todo acaba bien y chico y chica se funden en un abrazo y en un redundante beso, como no, de película; la realidad es diferente. Muy diferente. Si no fuera así, los programas del corazón estarían repletos de historias de lo más inverosímiles sobre gente para quien, cuando todo estaba perdido, hubo un final como Dios manda: de película.

El guionista nos inunda los ojos con pornografía sentimentaloide e, idiotas de nosotros, compramos el pack completo para, acto seguido, descubrir que le faltan piezas y que has pagado con la vida por un cuento inconcluso.

Ese mismo guionista es el que nos vende una oferta de dos por uno en ilusiones frustradas que hacen que algunos corazones acaben agotados de tanto latir porque sí; y cansados de esperar una absolución que siempre tarda en llegar. Eso si en correos no se equivocan y se la mandan a otro.

Nos tiende una alfombra roja de sentimientos en donde sólo puedes estar como espectador, sin voz ni voto ni nada importante que hacer, porque no te han mandado la invitación ni un triste pase VIP. O sea, que no eres bienvenido. Por mucho que quieras entrar, no vas a poder. Pero no te preocupes; al final dejarás de insistir, porque aunque la paciencia es una virtud, no es infinita.

¿Qué preguntabas? Ah, sí, por el amor. Casi se me olvida. El amor es un juego para dos, en el que jugar sólo es tan absurdo como irte al cine sin acompañante e intentar saber quien es el malo de la película.

Y duele.

Mucho.

Lo suscribe un puto idiota incorregible.

jueves, 11 de junio de 2009

Cuando nada significa nada

Cuando te apetezca, mira en un diccionario, o en la wikipedia, si no tienes ninguno a mano, el significado de palabras tan antagónicas pero claras como contento o triste. Seguramente sus definiciones se ajustarán al estado de ánimo de muchos. Luego busca raro, mírate un rato por dentro y date por satisfecho por haber encontrado la esencia de lo que empieza a parecer una nueva corriente de pensamiento lógico negativista.

Todo sigue igual, como si nada; y una legión de promesas incumplidas te acompañan en el camino para recordarte que se han devaluado con el peso del día a día que, aunque parezca diferente, te lleva siempre al mismo lugar: a ninguna parte. Es como andar en círculos por un desierto sin ningún punto de referencia al que seguir para no perderte. Como una de esas pesadillas de la que te es imposible escapar. Como una tragedia griega.

Puede que estés en un estado de ánimo optimista por haber encontrado tu historia, pero sabes que acabarás luchando contra ella cuando no te satisfaga; o para convencerte de que no te va a satisfacer. Así puedes empezar a boicotearte, aún a riesgo de perder por KO en el primer asalto tras un par de hostias bien dadas. 

Si te sirven para quitarte las gafas de sol y ver la realidad con su gris natural, bienvenidas sean.

sábado, 6 de junio de 2009

Factores

De conversión. De producción. Ambientales, climáticos, bióticos, abióticos, sociales o físicos. O de riesgo. Incluso los pequeños factores que dibujan la delgada linea que separa la excusa del pretexto y de la explicación razonable. Factores que te llevan una noche cualquiera a algo inesperado e improvisado, pero que te hace sonreir un rato, como hacía mucho tiempo que no hacías. Esa pequeña diferencia estructural de tu jodido esquema matutino de levantarte y no saber hacia donde mirar, para parecer un poco menos estúpido que ayer al meterte en la cama, es lo que, finalmente, te hace sonreir. Tanto tiempo buscando esa sonrisa sincera y al final te das cuenta que estaba escondida en la guantera del coche, junto a discos piratas, la funda rota de la radio y un montón de papeles que siempre prometes ordenar pero para los que nunca tienes un minuto. Tampoco los usas, así que no vale la pena perder el tiempo.

Esta noche pensaba en el silencio que llena los espacios que dejan las melodías que, rato a rato, van llenando la existencia de unos y otros. En ese tono que consigue hacer de algunos momentos un eterno inolvidable. Y en la minúscula grandeza de poder disfrutarlo. En la alegría de ese lapso en que te olvidas de todo y empiezas una catarsis de la que no quieres escapar. Por mucho que te lleve a pensar en todo lo que no debas recordar ahora. Escucha. Cierra los ojos y lo verás más claro. Ya sabes que se dice por ahí que la visión está sobrevalorada. Y ahora dime, qué ves?

Mientras sigues buscando un poco de sentido a la vida, tómate un descanso y piénsate en un lugar sincero, donde nadie te moleste y te puedas contemplar de pies a cabeza. Si ves algo nuevo, felicítate. Si no, pues no.

Pero no desesperes, igual está escondido y te cuesta encontrarlo bajo tantas capas de autocompasión recrudecida y caduca.

sábado, 23 de mayo de 2009

Aceptación

La menor con séptima mayor. Arpegio infinito. Piano triste y un chelo lamentándolo. La banda sonora perfecta para un momento anodino. La melodía del deseo que te vicia y te obliga a inyectarte la música en vena en un vano intento de bajarte del tren de la inspiración perdida sin que éste se digne a parar.

Te llenas la boca con palabras vacías prometiendo un allanamiento del camino. Te lo puedes regalar para cualquier fecha pintada en rojo. Pero demasiado a menudo son sólo eso, palabras, e igual que eres dueño de tu silencio, acabas siendo esclavo de ellas. Luego coges un calendario, un lápiz y una calculadora, y empiezas a echar cuentas de lo que queda en la despensa, de lo que te va a hacer falta y, sobretodo, para cuando vas a necesitarlo. Puede que te lleves una ingrata sorpresa al descubrir que gran parte de la lista de la compra debías tenerla desde hace días guardada bajo llave con un gran candado. Entonces es posible que te sientas tan tonto como la próxima canción del verano o empieces a crear teorías conspiranoicas sobre qué o quien te ha llevado a un callejón sin salida aparente. Si tienes un momento, haz exámen de conciencia, reconoce que la culpa es tuya y analiza como salir de ahí. De nada sirve autocompadecerse en un rincón mientras dejas llover rios de lágrimas que se pierden en el agujero negro de tu triste existencia. Aun de menos sirve dar golpes a ciegas sin haber fijado antes un buen objetivo en el punto de mira. Y aunque lo tengas, vas a ir a tientas hasta tratar de alcanzarlo si no te atreves a abrir los ojos. 

Aceptas el caprichoso movimiento de los días que parecen no querer acabar nunca para recordarte la inútil sensación de desapego hacía todo lo que te rodea. Te aferras a la previsible excusa de tu realidad para no tener que levantarte del maldito sofá, abrir la puerta y ver que quien está llamando no es más que la imagen que perdiste en algún momento. Y esa imagen sufrirá un infarto al no ser capaz de reconocerse al otro lado del dintel. O un ataque de risa, en el mejor de los casos.

Olvida la risa. Que no  te distraiga. Te has acostumbrado a pasear por la avenida del tedio sin prestar atención a los flancos donde, lejos de esconderse el enemigo, se halla la respuesta. Infinidad de respuestas. Tantas, que corres el riesgo de marearte y caer. Pero caes donde quieres, así que la caída no es tan mala al fin y al cabo. Elige. No es tan difícil.

A por ellos, tigre.

sábado, 2 de mayo de 2009

Fecha de caducidad

Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, se hace camino al andar. Y al andar vas pasando por miles de lugares que luego vale la pena recordar, y por otros tantos en los que puedes ver con total claridad que tienen fecha de caducidad. Y conoces a sus a veces raros habitantes y te sorprende hallar en ellos tantas similitudes con tu misma mirada. Como llamas a esto, preguntas; Ser imbécil, parece ser la respuesta. Luego te sientes aliviado por haber sido capaz de encontrar tal lugar, y ves que ha valido la pena conducir hasta tan lejos. O no.

Igual es solo que sintiéndote tan imbécil como el otro descubres un alivio tan relajante como incómodo al darte cuenta de que todo lo que te rodea tiene fecha de caducidad. Entonces llega ese mal momento en que se te retuercen las tripas mientras tus pensamientos dan vueltas y vueltas sin encontrar un atisbo de respuesta coherente. O una duda razonable, almenos. Al final caes en la tópica pregunta: Porqué. Sí, que porqué. De todas las preguntas que te puedes llegar a hacer, te haces la única que pregunta que, en la mayoría de los casos, es imposible responder. Tal vez no sea imposible, pero no existen precedentes, así que te quedas sin tu respuesta.

Puedes tratar de entender todas las opciones de respuesta que quieras, pero la verdad es que no está aquí. Está en otro lugar, donde otros lugareños la acompañan. Y te despierta la curiosidad de como será. Puedes seguir el camino, tratando de llegar hasta allí, pero sin la seguridad de que no habrá partido hacia más adelante y no tendrás que volver a rastrear su pista. Te quedas parado en mitad del camino preguntándote si seguir o considerar si ha llegado ya a su caducidad límite. Y entonces te vuelves a acordar del imbécil de antes, aquel que es tu vivo retrato. Que haría él. Como si necesitaras más preguntas. Una sola respuesta. La respuesta. La única que te puede ayudar. Pasar o andar. Ambas, quizás, son válidas, pero a veces no se puede pasar sin andar, y tu no quieres andar sin pasar. Anda, pero también pasa. Seguramente es lo más coherente que puedes hacer, aunque mires y no haya nadie. Hasta que encuentres algo. Hasta que caduques.

Todo caduca. Todos caducamos.

Sabes ya tu fecha?

jueves, 23 de abril de 2009

Desire

No digas nada, no vale la pena apagar el poema a estas alturas. No preguntes lo que ya sabes si no quieres que te conteste con ardor, pena y moratones en el alma. Conoces todas las respuestas, depende de ti escoger las que más te convengan para seguir ignorando lo evidente. Siempre ha estado ahí, al alcance de tu mano. Las oportunidades marcan a fuego nuestra vida, especialmente las que dejamos pasar como un tren de mercancias que parece que nunca se detendrá. No almenos en esta estación.

Te parezco triste? Pues te aguantas; haber llamado antes de venir. Sabias que estaba en casa, como siempre, y se te ha ocurrido darte una vuelta por el olvido, que bien. Que bonito. Que tierno. Pero, para que. A mi también me corroe el deseo y no voy recordándotelo a cada momento. Sobretodo cuando me acerco a tus labios y echo el freno de mano, por si acaso chocamos. Los accidentes pasan, cada vez más a menudo, y no se cuanto tiempo voy a poder evitar la colisión. Será que no quiero evitarla más.

No es culpa tuya; es de tus padres. Podías haber sido un niño, de tres quilos doscientos, al que le gustara dar golpes y jugar a fútbol. En vez de eso, eres una carretera de curvas vertiginosas por las que no se puede sentir más que pasión y ganas de. De lo que sea. De retozar encima tuyo, y debajo y al lado y junto a ti, amarrado a la cama, atado en el cielo, perdido en tus ojos, tumbado en tus labios, hundido en tu ser. Y sentir el dolor de la lejanía porque te has dado la vuelta y estás tres centímetros demasiado lejos. Alargar el brazo para acercarte más y más hasta que me falte el aire y no dejarte ir ni un segundo.

Pero que coño estoy diciendo. El whisky debe estar malo, lleva dieciocho años sin respirar y me habrá afectado los sentidos. Me adormece con cada pensamiento que te lanzo y me rebota con caras diferentes, comprensiones aturdidas por la indeterminación y la insoportable levedad de sentirte un momento y perderte durante horas o dias. Nunca es tanto, lo sé, pero lo parece y lo padezco. Con el frio que desprende mi habitación, aún me pregunto como hay quien se preocupa por el calentamiento global. Si abro la puerta, volveremos a tener una era glacial. Y será culpa de los dos, por seguir jugando a ser idiotas cuando el juego hace rato que ha acabado. Todo se ha ido y quedamos tu y yo, al abrigo de nosotros mismos, las miradas, las caricias y los abrazos interminables. Y los susurros cuando parece que queremos decir algo pero no nos atrevemos, y una evasiva aclaratoria acompañada con un nada, no he dicho nada. Todavía.

Pero pasa mujer, no te quedes en la puerta, que hace frio y hay algo importante que tengo que decirte. Como cada noche.

Adivina.

lunes, 20 de abril de 2009

Sobre peras y olmos

Tengo la fría sensación de andar tratando de batir algún ridículo récord de estupidez humana; Einstein estaría orgulloso de mi por demostrar que ésta es infinita.

Entre el ensordecedor barullo que retumba siempre en mi cabeza destaca el silencio de las voces que más necesito. Y me dedico a fingir: finjo que no me importa, que da lo mismo, que a otra cosa. Pero es todo mentira, porque sí importa, no da lo mismo y no puedo pensar en otra cosa, por más que lo intento.

Las arañas dejan de tejer por un rato para retorcerme en tu recuerdo, mientras yo trato de escapar dando zarpazos al agua y mordiendo el aire.

Aguanto en pie como un niño en una verbena, solo que el peso del querer empieza a asemejarse al de una losa inamovible fijada sobre la tumba de mis pensamientos. Por más que intento empujar con todas mis fuerzas, no soy capaz de moverla ni un ápice. Sufro una fuga de palabras en caida libre, sin saber de que anilla tirar. Veo la realidad acercándose a una velocidad de vértigo sin tener un sólo lugar al que asirme. Y con todo, sigo preocupado por cerrar el grifo de la lluvia.

Tengo una cuenta pendiente por querer comprar felicidad y pretender pagarla en cómodos plazos. Nada más incómodo que la inconformidad del ser que cree ser feliz, sobretodo teniendo en cuenta que debe ser el más infeliz de todos. Que estúpido concepto el de la felicidad. Debería ser borrado del diccionario para evitar que siga engañándonos. Sí, nos engaña. Nos hace amar lo detestable, odiar lo adorable y desear lo que no necesitamos. Uy no, eso es amor, que lapsus el mío!

O será lo mismo?


jueves, 16 de abril de 2009

Pon un idiota en tu vida

Nos toca vivir unos tiempos demasiado revueltos para nuestro a veces infame gusto. Tiempos de hipotética crisis que no nos permite dejarnos llevar por las compras compulsivas barra descargas obsesivas que, en un momento de auto-pasión, pueden llegar a aliviarnos el luto y hacernos un poco más felices. O menos infelices, en el peor de los casos.

Yo propongo que aparquemos tales pensamientos impuros y nos lancemos en barrena hacia un consumismo desmedido de dimensiones bíblicas. Y lo primero de todo es hacerte con un idiota; no con uno cualquiera, sino con uno que tenga algo de caché. Es muy simple, ya que sólo necesitas mandar un SMS con la palabra IDIOTA espacio TU NOMBRE espacio y los motivos por los que crees que necesitas al idiota, y lo recibirás discretamente en tu domicilio. No me digas que a ti no te hace falta porque eso es síntoma de que no puedes vivir sin él. Además, puedes elegir entre diferentes modelos. Está el modelo "Mudito", al que puedes vejar e insultar sin que éste atine a responderte. También tienes disponible el "Idiota-Imbécil", que es capaz de perder el culo por complacerte sin pedir nada a cambio (algunos estudiosos ociosos del tema lo confunden con el concepto de amistad) y que encima será capaz de preocuparse por tus problemas y hacerlos suyos, para que tu no pienses en nada más que en divertirte.

Uno por el que yo siento una especial debilidad es el modelo "Remote control", o lo que es lo mismo, "Mando a distancia"; lo agarras con fuerza, empiezas a tocarle todos los botones y cuando te cansas lo tiras contra la mesa o lo metes en el hueco entre los cojines del sofá. Y el muy idiota ni se inmuta, es francamente cojonudo.

Otro también muy bueno es el "Fracasado" a quien puedes reflejar tu precaria existencia para que sea él quien se de hostias contra la pared o se ponga fino cada noche a base de whisky, porros y pajas, incluidas las mentales, con porno recién horneado en internet.

En serio, es un chollo, y puedes coleccionarlos y apilarlos en una estantería del salón. Incluso hay quien se está planteando convertir este boom en un nuevo reality; de los productores de "Operación transplante cerebral" y "La isla de los odiosos" llega "El idiota de tu vida", donde podrás encontrar al que más se ajuste a tus necesidades y falta de valores. Donde podrás interactuar con ellos para ir probando y eliminando a los que menos te convengan mediante un novedoso sistema de nominación contra quien peor te caiga.

Y si pasan los dias y no encuentras al idiota ideal, no desesperes, lo encontrarás en cuanto dejes de buscar. Yo encontré al mio un día nada más levantarme. El tipo vivía en un sitio muy raro. Como coño se llama.

Ah si; espejo.

lunes, 13 de abril de 2009

Agradecimientos

Al compañero de clase que pedía bolígrafos y se cabreaba cuando se los pedías de vuelta. Al que aprovechaba las clases de gimnasia para repartir.
A los garrulos macarras con motos con el tubo de escape reventao y el paquete de tabaco enrollado en la manga de la camiseta.
A todo aquel que repartía besos de Judas y te ponía verde cuando se daba la vuelta, aunque aún estuvieras cerca para oirlo.
Al que trataba de ridiculizarte y contagiaba la experiencia al resto.

Al incompetente que sufre orgasmos creiéndose superior cuando te entrevista para un trabajo y, especialmente, al que provocas un coitus interruptus cuando le contestas que prefieres valorar otras opciones no tan esclavistas, menos vejatorias y, por supuesto, sin borregos como él.

A las que tirabas los trastos tímidamente y te soltaban una retahíla de excusas de manual.
A la chica de tus sueños, la que se va a soñar con otro.
A quien dices te quiero y te contesta que hay que pintar el techo.
A la que sigues embobado y te utiliza como burro de carga.

Al hijoputa que te dió por apadrinar y que siempre se esfuerza en recordarte tus grandes éxitos.
Al amigo que te vende su disponibilidad 24 horas y siempre está apagado o fuera de cobertura. Al que coje lo que quiere y te pide intereses cuando tu necesitas tomar prestado lo que sea.
Al que trata de convencerte sin argumentos de que su opción es infinitamente mejor que la tuya.
A quien empieza a gestar un plan de privatización en cuanto te conoce.

A los que estan encantados de conocerse.

A todas las subclases de personas empeñadas en ponerte trabas o, directamente, hacerte la vida imposible: empezando por vecinos domingueros con canicas y martillos y acabando por políticos y gobernantes varios.

A todos los malos.
A algunos de los buenos.

Que os den por el culo.

domingo, 5 de abril de 2009

Finales

Igual que un libro al que le quedan pocas páginas y te sientes mal porque se acaba. Igual que una película en sus últimos coletazos, aunque quisieras que siguiera durante horas. Esa es la sensación que te queda ante algunos finales, cuando sabes que no hace falta seguir mirando o leyendo, porque ya no queda nada más. La misma que tienes mientras miras el teléfono esperando una llamada que nunca llegará.

Son finales repetidos, siempre los mismos, y te recuerdan el precio de los tropiezos con la misma maldita piedra. Sabiendo donde está, a nadie se le ha ocurrido apartarla del camino? No, a nadie. Seguramente será porque hay muchas; quizás tocamos a una por cabeza. Imagínate, seis mil millones de piedras en medio del camino, con sus respectivas etiquetas: "Piedra del trabajo", "Piedra del amor", "Piedra de la estupidez" y así sucesivamente hasta la eternidad. Creo que tenemos asignadas algunas de ellas desde nuestro nacimiento, aunque es imposible saber cuando y como te van a sorprender; no existe un GPS para verlas venir, como a los radares. Y como siempre, vas y te estampas con la misma. Con tu amado final.

No estaría mal que hubiera avisos para estos finales, del tipo de "carrtera cortada", "Sin salida", o que te llegara un SMS. Ya puestos, estamos en la era digital. En su lugar, siempre es tarde para frenar y te acabas dando en las narices con tu final, hasta que le coges tanto cariño que te preguntas cómo has podido vivir sin él tan cerca hasta ahora. Es entonces cuando empiezas a hacerte todo tipo de preguntas a lo largo de un viaje que no te lleva a ninguna parte.

Al final te quedas plantado en algún bar, tomándote un café y mirando nervioso el reloj, como si estuviera a punto de pasar algo. Y cuando no pasa, te levantas, vuelves a mirar la hora, y sales por la puerta, preguntándote en que punto de los estadios del duelo estás. Te das cuenta de que has saltado directamente de la negación a la depresión. Es un alivio minimizar los peligros de la ira y aplacar al máximo el coñazo de la negociación. La compra-venta de sentimientos nunca fué tu fuerte. Pero con todo, sabes que la aceptación se acerca, y que no vas a saber que decirle. Hola, como estás? Conoces perfectamente la respuesta, porque es la misma que te encuentras siempre. La que te persigue y no te suelta cuando te atrapa. La de darte la vuelta, cabizbajo, y seguir caminando hasta la siguiente piedra.

Hasta el siguiente final.

domingo, 29 de marzo de 2009

Niño malo

Siempre fui un buen niño; siempre me porté bien y fui correcto. Tanto, que al final prometí dejar de serlo. Y las promesas hay que cumplirlas. Así que esta noche no esperes que te haga un hueco a mi vera, porque no voy a estar ahí para acunarte. Hoy no voy a llevarte al privado del olvido, porque estoy cansado de ver como te escapas. Esta noche, salgo solo.

Es muy posible que camine un rato hasta el coche y luego cruce Barcelona de punta a punta, buscando algún estacionamiento prohibido, bajo el influjo de renombradas drogas de diseño; dejado llevar por las estridentes notas del Helter Skelter.

A lo mejor hasta me atrevo a mirar bajo la falda de alguna que me encuentre por la calle del pecado. Tranquila, desconfiaré de la que me lo prometa todo. Nunca sabes de quien puedes fiarte.

Pero no intentes detenerme. Que no se te pase por la cabeza. Creo que no lo aguantaría. No soportaría la dulce tentación que supone tu cara frente a la mía, sin poder acercarme un poco más de la cuenta. Hasta chocar contigo. Y entonces entrarías en una espiral sin fin, donde no querrías que apartara mis labios de los tuyos ni mis manos de tu espalda; donde desearías que el tiempo se detuviera mil momentos para disfrutar de mi carícia. Y yo me apartaría. Esperando tu regreso y tu insistencia en mostrarme tus instintos más básicos en el asiento de atrás del coche. Por incómodo que sea. Dentro de un rato te llevo a casa; a la mía. No quiero despedirme de ti hasta otro día.

Quiero enseñarte la comodidad de mi cama y lo caliente de mi abrazo, sin que puedas siquiera querer zafarte de él. Quiero agarrar tus manos con la fuerza del momento en que te digo que te quiero, y que no te dejare ir. Quiero acariciar tu pelo hasta los pies, pasando por todos los rincones escondidos de tu ser. Quiero tenerte bajo las sábanas hasta perder por completo el control. Y retenerte cuanto tiempo quieras.

Y espero tardar un buen rato en despertar.

lunes, 23 de marzo de 2009

Trajes a medida

He vuelto a recuperar el traje de poeta urbano. Lo tenía en la lavandería, junto al de super-heroe y al de rebelde sin causa. Los había olvidado por completo. A todos ellos. De repente, sentado en el sofá, me di cuenta de que me faltaba algo y necesitaba recuperarlo. Hice un registro exhaustivo de todos mis recuerdos hasta que encontré la respuesta escondida bajo una duda, en la mesita de noche: los trajes.

Después de tanto tiempo no me había acordado de ellos. Con tanto estropicio encima, tenían que tardar lo suyo en estar listos otra vez. Y me los han dejado como nuevos. Bueno, casi. Tantas idas y venidas, subidones y bajones con todos sus terminos medios, empatías y asertividades, ya van perdiendo color. Se ven apagados, ya no impresionan tanto. Aunque si los miras bien, aún tienen algo de tirón en algún momento. Pero cuesta mucho salir a la calle con ellos a cuestas, porque a veces son un lastre: "oye, recítame un poema", "super, te necesito", "no me digas nada, con tu mirada me basta". Aberrante. Que poca sensibilidad. Bajo los trajes se esconde una persona que, valga la redundancia, se esconde bajo ellos. Bajo los trajes existe un corazón que ya no sabe hacia donde mirar para pasar desapercibido o para llamar la atención. Bajo los trajes, cada vez queda menos.

Pero aún así los sigo usando. Es lo único que me queda. Para gritar, volar o, simplemente, para vivir. Pese a los restos de viejas batallas, sigo poniéndome los trajes y saliendo a la calle cuando hace falta, o almenos cuando yo creo que hace falta. Ahí hay una gran diferencia. A veces metes la pata y crees que tienes que tener una noche estelar y salir en las noticias cuando lo más prudente sería quedarse en la cama. Pero tu sales. Y deseas haberte quedado en la cama. Son gajes del oficio, que se le va a hacer. Igual es la edad.

Tal vez sea que los años si que afectan. Quizá el tiempo de disfrazarse tenga fecha de caducidad, y yo sin saberlo. Ahora ya lo sé. Había unos cuantos dichos sobre lo de aprender antes de acostarse, así que hoy ya he cumplido. Algo bueno tenía que haber en hacerse mayor, por lo menos a la hora de aprender rápido sin demasiados tropezones. Pero el tiempo a veces hace de tí una estatua, inmutable e inmovil. Y los días pasan sin nada más que hacer que no sea pensar en todo lo que ha ído pasando de largo. Y en que no vuelve. El tiempo se eterniza o se reduce a su antojo, sin pedir permiso ni preguntar si te va bien que empiece a jugar. A veces hasta te corta el paso o te traba en dificultades varias, para las que ya no vale ningún tipo de tiempo muerto. Estan todos agotados, y no hay prórroga que valga.

Así que te quedas con un traje usado, viejo y sin ánimos de comprar otro. Y si los tienes, de qué lo compras? Ya no queda ninguno minimamente original. Están todos pasados de moda, caducos. Te quedas con los tuyos, que ya les tienes aprecio, aunque se queden en el olvido en algunos momentos. Y si no los quieres usar, porque no te apetece, puedes salir a la calle desnudo.

Total, quien necesita hoy en día a un poeta en paro, un super-heroe en apuros o a un rebelde con demasiadas causas.

domingo, 15 de marzo de 2009

Sobre Julietas promiscuas y Romeos en paro

El bueno de William mintió. Es posible que fuera algo involuntario, tal vez provocado por el abuso de cierta hierba que se inhala una vez quemada; pero mintió. Se inventó una historia de amor donde las haya, que seguramente encontró agazapada en alguna esquina esperando ser recogida con algo de cariño. Luego adoptó una de las máximas del periodismo, y no dejó que la verdad le arruinara una buena historia.

Así que cogió a Romeo y a Julieta y los metió, pobres, en una batalla de amor y de odio. Sin embargo, lo que no contó fue la historia real de ambos. Su verdadera historia es aquella en la que Julieta le da calabazas a Romeo reiteradamente, empecinada en negar una relación de tal calibre mientras se dedica a gatear de bar en bar, en busca de otros romeos que prometen una felicidad precoz pero fugaz. Y aunque se desespera al amanecer cada mañana en una alcoba diferente, vuelve de noche a buscar lo que no encontrará, devorando el mundo con un apetito voraz.

Romeo, por su lado, no osa salir de su habitáculo por culpa de la grave depresión generada por la conocida promiscuidad de Julieta y su rechazo hacia él. Le manda flores a todas horas para, acto seguido, arrepentirse de ello. Le escribe poemas como el mejor trobador, mandándolos a la hoguera después, avergonzado. Obstinado, reparte llantos por doquier, sin llegar a comprender la espantosa injusticia con que, a sus ojos, está siendo castigado. Maldice y blasfema, carga contra todo y todos hasta que, al borde del precipicio, decide convencerse a si mismo de la estupidez de su estado. Así, armado de valor, sale a la calle dispuesto a levantarle la falda a la vida y se abalanza sobre las barras de las tabernas, comprobando en propia carne la resistencia del ser humano ante la ingesta masiva de licores. A la vez, explota sus más grandes dotes amatorias y su don de la palabra para seducir a las más bellas doncellas que se le presentan. Y a las no tan bellas. Hasta que por fin consigue su ansiado objetivo de olvidarse de Julieta.

Tras una noche de escandaloso desenfreno, despierta resacoso junto al cuerpo desnudo de una esbelta muchacha que, de espaldas a él, sigue profundamente dormida. Romeo trata por todos los medios de aclarar su cabeza y averiguar qué diablos le llevó la noche anterior a seguir las curvas de otra mujer. Se siente avergonzado hasta la muerte por haber traicionado a su propio amor por Julieta, y por haberse dejado llevar y provocar una tragedia de tales dimensiones. Se lleva las manos a la cabeza, desesperado por su hipocresia, incapaz de contener las lágrimas. Y entre tanto llanto por su traición, la muchacha empieza a recuperarse de su leve intoxicación etílica y se despereza impúdicamente entre las sábanas. Al notar la presencia de un extraño en su alcoba, se levanta de un salto, sorprendida consigo misma por haber sido capaz de meter en su casa a alguien, acostumbrada a ser ella la extraña. Así, empieza a vociferar al pobre Romeo, que sigue derrumbado en un rincón, pidiéndole todas las explicaciones habidas y por haber.

Es entonces cuando Romeo levanta la mirada hacia la joven, aguanta la respiración y transforma su cara depresiva en una expresión a medio camino entre la sorpresa y la incredulidad, al reconocer el bello gesto de Julieta en la penumbra de la habitación. Julieta, más sorprendida aún al reconocer a su Romeo perseguidor, no puede más que musitar unas palabras ininteligibles que Romeo no acierta a descifrar.

Ignoro como acaba la historia de la mañana en que Romeo y Julieta se encontraron frente a frente, desnudos, tras una noche de consentimiento en la ignorancia. Seguramente mal, como la mayoría de estas historias. Es posible que, una vez serenados, compartieran un café y un poco de charla, y luego volvieran a la cama, resignados y sorprendidos por haberse encontrado tan fortuitamente. Pero no creo que acabaran tan rematadamente mal como en la historia original.

Pero a quien le importa.

Ni tu eres Julieta ni yo Romeo.

domingo, 8 de marzo de 2009

Sentidos

Apenas te oigo. Tu voz parece lejana, casi inexistente. Acércate un poco más, sólo un poco. No quiero dejar de oirte ni un momento. A ratos puedo sentir tu cercanía en todas partes pero no alcanzo a verte lo suficiente como para regalarte una caricia. Déjame darte un abrazo, almenos; uno de esos, fuertes y cálidos, de los que no te depegarías jamás. Y si quieres te llevo, a cualquier parte, donde tu me pidas.

Tengo el sentido común anestesiado y el corazón en custodia compartida por todos esos momentos vividos. Acuérdate de ellos. Son los que me hacen levantarme a diario y mirarme con otra cara en el espejo. Son los que me llevan a escribirte verso a verso, acorde tras acorde. Cada palabra significa un mundo, cada nota, un desafío. Y todos te los doy, para que los sientas como los siento yo. Es lo que queda de mi, tras un puñado de noches en blanco soñando contigo o junto a ti. Es todo lo que puedo darte.

He robado el don de la palabra para hacerte llegar el mismo mensaje de cada noche. Me vale un "como estás" y hasta un "que haces". Pero no hace falta más. Es sólo tu voz, lo que quiero escuchar. Son tus supiros cuando te haces la cansada, y tu risa. Espero el momento de oirla una vez más. No, mejor todas las veces. Y también espero verte pronto. No aguanto ni un minuto más, y vuelvo a mirar tu foto.

¿Donde estás? No te encuentro, y la búsqueda empieza a convertirse en una utopía. Hazme una señal si vuelas por estos lares, a ver si puedo echarte un cabo y arrastrarte un poco contra corriente, para que veas que no es tan malo. Yo llevo haciéndolo toda la vida, y no puedo quejarme. Súbete conmigo, el camino será agradable, te lo prometo. Nosotros mismos lo haremos así, no importa como.

No tengas prisa.

Espero tu señal.

domingo, 1 de marzo de 2009

Biberones de gasolina

"Acuérdate de la niebla de esta mañana", pensé, "cuando estés en mitad de la huida de ninguna parte". Y cuando me acordé de la niebla, horas más tarde, empezó a cobrar sentido la huida y me sentí tranquilo como un niño en brazos de su próximo enemigo.

Todo eran preguntas sin respuestas claras, un sinfín de "porqués" para los que no era suficiente un absolutista "porque si" o "porque no"; un interrogatorio ante una lámpara cegadora, a 300 por hora. Todo lo que quedaba del dia era un recuerdo y un "te voy a echar de menos" en el alma. Y luego, por la noche, ese sueño en el que alguien me mandaba un corazón envuelto con sonrisas y caídas de ojos eternas, mientras a los mios los trepanaba la madrugada porteña. Para no ver. Para no querer ver los dolorosos murales de una vida, pintados a brocha gorda y a grandes trazos, que se dedicaban a confundir y a convertir en espirales de negación la decisión más recta.

Trato de escuchar la canción del mar y encontrarle algo de sentido común. Pero no lo tiene; ni común ni de ningún otro tipo de sentido que pueda existir en la faz de la tierra. Pierde toda la razón de ser en cuanto empieza a sonar, dispersa y amable a la vez.

Vuelvo a casa pretendiendo encontrarte en la puerta, sentada, esperando cumplir mis ilusas perspectivas. Se que seré incapaz de encontrarte entre la multitud que nunca me rodea, pero quiero intentarlo; si al final del viaje sigo entrando por la puerta solo, almenos habré estado cerca. Muy cerca. Habrá valido la pena y habré disfrutado de esos milímetros que nos han separado al final. La huida se convertirá en un viaje de vuelta y vuelta, de regreso al país de "Nunca Jamás", donde basta con desear las cosas para que ocurran y acunarlas en las manos. A veces, sin querer, me creo la vieja y tonta historia de las películas, en las que la chica aparece tras una de esas típicas puertas correderas y se abalanza sobre el chico mientras suenan pianos y violines que nunca existieron y caen los créditos finales; pero sólo a veces, en muy contadas ocasiones, sumando algún que otro ataque de sueño que me persigue de dia y de noche. Así que no, no me sorprenderá tu ausencia en absoluto. De hecho, era de esperar esa pequeña dosis concentrada de autismo ególatra. Estoy condenado a mirar tras los cristales, bajo una intensa lluvia que puede nublar la mirada de cualquiera.

Quizás trate de agarrarte en mis brazos y cruzar juntos las espinas sin que éstas se atrevan a herirnos la piel. Tal vez te deje utilizarme de abrigo para lo que queda del dia. O te puedo escribir una autopista hacia el cielo sin peajes ni salidas más que las que tu quieras, donde tu las quieras.

Y si no es así, tampoco me sorprenderá. Es solo la fría impresión de no aparecer en ningún lado, aunque solo quiera volver a ser aquel que prodigaba sonrisas a todas horas, dando por bueno el poder sonreir y darse la vuelta para volver a hacerlo. Para acomodarme en mi mismo y rodearme de lo que más quiera. Borrando de la solapa cualquier cartel de preocupación. Tranquilo y tonto y feliz como un niño en brazos de su próximo enemigo.

Como un niño tomando biberones de gasolina.

domingo, 22 de febrero de 2009

Sueño

Al despertar esta mañana y alargar el brazo he notado con desesperación que, una vez más, no estabas ahí. He abierto las persianas decidido a encontrar algún rastro tuyo; alguna prueba fehaciente de que has estado aquí a mi lado. De que no lo he soñado.

He trastabillado por toda la casa buscando algún indicio. Pero todo ha sido en vano. Y el sol se ha escondido tras una gran nube. Otra vez. Y sigue lloviendo.

Te sueño a todas horas. De día, de noche, en tu cama y en la mía. Te sueño, mientras siento tu respiración. Te veo a través del espejo. Te observo, recordando el aroma de tu piel. Te veo. Y te alejas.

Me cuelo en tus pesadillas para echar a los dragones que te retienen. Me infiltro en tus dulces sueños para arroparte y darte un beso de buenas noches.

Duermo en tu rincón, deseando que aparezcas con una caricia en las manos o en los labios. La misma caricia que me desvela noche tras noche, minuto a minuto.

Y a pesar de tu ausencia, siempre amanezco a tu lado.

jueves, 19 de febrero de 2009

El canto de la Sirena

El otro día me llamó una sirena, preocupada porque su canto había enloquecido a medio mundo sin ella querelo. Le tuve que explicar que es frecuente que hasta los lobos de mar con más tablas puedan quedar prendados ante algo así. Pero no sé si llegué a convencerla ni un ápice.

Es normal que esté así; viviendo en el fondo del mar, todo está oscuro. A veces, pequeña, hay que salir a la superficie y echar una ojeada a tu alrededor. Y aunque te parezca que estás sola en medio del océano, si te fijas verás que hay más de una sólida roca, viajera tal vez, a la que poder asirte. Úsalas. Igual te sorprendes al encontrar a sus misteriosos habitantes cantándote a ti para variar; para que olvides, aunque sea sólo por un momento, la oscuridad del fondo. Más de uno querrá y podrá acompañarte hasta la siguiente estación. No tienes más que seguirlos.

No sufras más si te tropiezas con tu propio aleteo. En el peor de los casos, puedes abandonar por un tiempo las frías aguas, calzarte unas all stars y entrevistar a quien te encuentres por la vida. Y te darás cuenta de que tus cantos no suenan solos, de que cualquier susurro te puede hipnotizar y llevarte a donde tu quieras ir, no donde te quieran llevar los gritos desesperados. No los escuches porque no sirven para nada más que no sea hundirte en el agua y no dejarte soñar. Y soñar con caminar es el más dulce sueño de cualquier sirena. Siempre hacia adelante.

Y si aún así no amanece, no te preocupes. Yo he descubierto en mis viajes siderales que incluso de noche puede salir el sol para acariciarte un rato e iluminar, mientras te haces la dormida, tu sonrisa perdida. Cógela con fuerza y no la dejes escapar. Una sirena sin sonrisa es como una noche sin luna; bonita, sí, pero sin esa inspiración que te vigila y te cuida en medio de la noche.

Sonrie.

Te sienta mejor que llorar.

martes, 17 de febrero de 2009

Sobre alteraciones psicotrópicas y pajas mentales

Si tu afición favorita es pasear por los tejados como Batman o Spiderman, en lugar de por la calle, como la gente normal, tienes un problema. Pronto te puedes dar cuenta de lo que cuesta bajar de ahí. Sobretodo cuando tu mejor compañía eres tu mismo y no tienes al alcance ninguna mano amiga. O un tiro de gracia.

Eso pasa cuando te da por alterar a tu antojo el centro del placer de tu disco duro y confiar en llegar de una vez por todas a algún horizonte más o menos lejano. No te esfuerces. El horizonte se divierte a tu costa, alejándose mientras tu tratas de acercarte. Y si consigues alcanzarlo, luego qué? Habrás disfrutado en el camino? Espero que sí, o realmente no habrá valido la pena. Lo siento por ti, compañero, esto funciona así.

No pierdas más tiempo invirtiendo en quimeras de todo a cien. Salen defectuosas, sin excepción. Cuando te armas de paciencia esperando un click hacen clack, y ya la tienes liada. Además, no te aceptan la devolución. Es una tortura, porque luego la tienes que llevar a cuestas y no hay Belerofonte que valga.

Pero no desesperes, no todavía: siempre te queda la poesía urbana. Esa en la que solo tienes que rendir pleitesía a tu autóctona soberanía. Esa con la que dar rienda suelta a tus idas y venidas, y a algún que otro brote de autocomplacencia, situándote como espectador de tu propia película de aventuras.

O también puedes dedicarte a jugar a ser humano, convirtiendo lo más banal del día a día en algo que te puede dar una clase magistral del plan de vidas de los gatos. Igual aprendes a caer de pie. Aunque así volverás a rondar las azoteas, intentando llegar a acariciar a la luna y maullarle cuando no te haga ni caso. Tu eliges. Yo ya lo he hecho.

Me quedo con la luna.

domingo, 15 de febrero de 2009

Buscando a Nemo

No me encuentro. No lo consigo. Me he buscado por todas partes pero, oye, no hay manera. Me he mandado mensajes cortos, correos largos y llamadas perdidas. Pero no aparezco. Ya no se donde buscarme. He puesto carteles en toda la calle, por si alguien me reconoce y hace el favor de encontrarme, y aun no ha llamado nadie. Es que no hay nada como estar desconectado de todo y no hacer ni caso a los golpes en la puerta. Como el timbre tampoco funciona. De hecho, no ha funcionado nunca. Además, es preferible oir los golpecitos acompasados con el ánimo de cada uno.

Así que no sé. Tendré que ir a la tele, a ver si en alguno de estos late shows de última generación me encuentran. Aunque parecen una mezcla de películas gore y thrillers psicológicos. No, no, nada de eso. Probaré con el método tradicional: preguntar a mis vecinos. Ninguno me ha visto en cuatro años, pero igual a alguno le sueno.

Mejor aún. Intentaré con el Facebook. Ahí hay fotos y puedo preguntar abiertamente si alguien me ha visto en algún lado. Algo habrá que hacer antes de que llegue el lunes y tenga que llamar a mi jefa para decirle que estoy desaparecido y que no me encuentro. Puede ser realmente dramático. Aunque no espero lágrimas ni desesperación. Con un vulgar "ok" me conformo. Y luego que se pongan todos a buscarme, a ver si tienen más suerte que yo.

O, puede alguien llamar a alguna patrulla de rescate? Con los sabuesos olfateándolo todo, a lo mejor encuentran pistas y consiguen hallarme.

Donde me habré metido? El mundo es tan grande y peligroso que puedo haber caido en un pozo sin fondo de esos que absorben hasta el eco y por mucho que grite, nadie se entera. Y claro, ahí dentro no hay cobertura. Maldita suerte la mía.

Podría probar por carta, como se ha hecho toda la vida. Pero el correo va muy lento. No, es mejor usar la red; kilómetros y kilómetros de cable conectando lo inconectable por doquier. Que maravilla. Estoy decidido. Voy a conectarme a todas partes, a ver si así consigo encontrarme. Estaré en todas las redes de comunicación virtuales, esperando ser recuperado del ostracismo en donde sea.

Porque, alguien me habrá visto, no?

Y si no, que más da. Ya apareceré en un momento u otro, por aquí o por allí.

O en ninguna parte.

sábado, 14 de febrero de 2009

Umano sin Hache

No se si es el instinto de supervivencia o la más pura estupidez lo que me lleva al olvido. Tal vez sea que no me quiero dormir sin saber un poco más que hace un rato. Como si no lo supiera ya. Como si no se me hubiera pasado por la cabeza imaginármelo.

Me pregunto cada minuto las razones que hacen tan difícil no estar cerca de ti. Trato de abrir las puertas de acceso prohibido y lo único que puedo encontrar son sombras que no puedo disolver. Por mucho que lo intento no puedo más que agotarme a mi mismo y agarrotar los puños con la rabia contenida por no poder gritar.

Solo tengo una mirada. Un aspecto. Una intención. No ando por la vida disfrazándome de lo que no quiero ser. Y no puedo fingir el pavor que supone el echarte de menos por la mañana al no sentir la caricia de tu pelo en mi cara al levantarte. Tengo qué decirte y no puedo encontrarte. Nunca lo consigo.

Y sigo aquí, intentando arrancar las anclas que fondean en el océano más oscuro del mundo. Pero no puedo. Estan enterradas en lo más hondo. Y lastradas, para que cueste más moverlas. Para que solo los elegidos puedan saber donde tocar para soltarlas. Me pregunto si yo lo soy. Si lo puedo ser, más bien.

Queda el consuelo de estar cerca, aunque sea a base de trasnochar para ver que cara tiena la luna. La buena o la oculta. O las dos a la vez. Es la única manera de sentirse humano, aunque el sentimiento duela.

También está la posibilidad de pasear un rato por el olvido, tan cercano como anda siempre. Aunque ello suponga una pizca de tristeza, una cucharada de soledad y 25 miligramos de nicotina en vena.

Tal vez sea que vale la pena.

domingo, 8 de febrero de 2009

Preludio de tu beso

Si crees que esto te va a sentar mal, deja de leer ahora. Pasa página.

Si no estás segura de que tus sentimientos permanezcan intactos, que se puedan ver alterados en contra de tu propia voluntad, para. Agarra el mouse con fuerza con las dos manos y, pese a tus ganas de seguir, presiona la crucecita para cerrarme, para no verme más, y a otra cosa. No me enfado. Sin acritud.

Porque te voy a dar un beso. Estás avisada.

Siempre es mejor sin avisar, dicen que es más bonito, más tierno. No sé. Así no reaccionas. Te aviso para que lo temas y lo desees a la vez. Te aviso para que estés preparada cuando veas en mi mirada que va a ser ahora. Quiero ver esa reacción en cadena en ti. Quiero ver cómo se te dilatan las pupilas, se te acelera el corazón y te tiemblan las manos. Quiero sentir ese aliento temeroso por la cercanía de lo inevitable.

No puedes huir. Sabes que es inútil. La futilez más grande del mundo. No puedes seguir escapando. Y yo no puedo seguir evitándolo.

Pero no temas, pequeña. Lo haré con cariño y será sincero, porque lleva esperándote mucho tiempo. Tiempo que sigue huyendo, consciente de que tarde o temprano tendrá que ceder ante la insistencia.

Y te gustará. Lo adorarás. A nadie le amarga un dulce, dicen. Pero es peligroso. A lo mejor te cambia la vida y nada vuelve a ser como antes. Te arriesgas a que sea mejor. Si quieres. Triste, lo sé, pero sincero como este beso.

Espero que estés lista.

Ahí va.

sábado, 7 de febrero de 2009

Amor de madrugada

Anoche volvieron a sonar las tres de la mañana. Cualquier noche de estas, sale el sol. Por lo menos he conseguido desintoxicarme de la teletienda y de los nuevos programas que te prometen miles de euros si aciertas un nombre de mujer de cuatro letras empezado por "M".

En su lugar, el bisóñé de una especie de psicólogo contrarestó la extrema sosez del presentador de un debate sobre amor y amistad. Debate que fué en realidad un conato de monólogo, síntoma de la falta de relaciones sociales del propio moderador. Si las tuviera, tal vez no trabajaría de noche.

Los dos momentos álgidos fueron, primero, al comparar la amistad con una copa de buen tinto contra litros y litros de vino peleón. El segundo, no por ello peor, cuando definió "amor" y "amistad". "Amor", dijo, es levantarse por la mañana o a medianoche, y decirle a quien duerme a tu lado que no concibes la vida sin su presencia. "Amistad", por otro lado, convertir en eterno lo pasajero.

Ambrose Bierce dijo de la amistad que era un barco lo bastante grande para llevar a dos cuando hace buen tiempo, pero sólo a uno cuando empeora. Y definió "amor" como locura temporal que se cura con el matrimonio o alejando al paciente de las influencias que le hicieron sufrir el trastorno.

Con un mínimo esfuerzo se pueden fusionar todas las definiciones y acostarse un poco menos triste. Siempre se esta a tiempo de tirar a alguien por la borda y de acabar loco de atar. Aunque sea una de esas locuras que luego no te dejan ir marcha atrás. Mejor. La marcha atrás nunca ha sido fiable.

Pero me apasiona más el reto de eternizar lo pasajero de la vida con tu presencia.

Sobretodo si puedo despertarte con un susurro para decírtelo.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Shhhhh

El silencio te acompaña, te sigue, te espera. Siempre está ahí,aunque tu no lo veas. Aunque sea el amigo más infiel, cuando ves que te abandona.

El silencio es la pausa entre cada latido de ese maltrecho corazón, abatido por su propio pálpito. Es el tiempo que pasa entre cada llamada, cada suspiro, cada caricia o cada lágrima; o en el peor de los casos, entre cada corazón roto.

Es el respiro entre cada palabra, cada pensamiento que se graba en un papel, atormentado por no poder gritar. Es el trueno demoledor que te hace desear no haberlo provocado; el ruido ensordecedor que presagia un nuevo fin.

Es la última pincelada la que embellece el cuadro; o ese rayo de luz que se posa en tu rostro en mi fotografía, la misma que silencia su propio esplendor.

Es ese amigo que te engrandece el alma cuando está a tu lado, y te la parte en dos cuando se va.

En silencio.