El bueno de William mintió. Es posible que fuera algo involuntario, tal vez provocado por el abuso de cierta hierba que se inhala una vez quemada; pero mintió. Se inventó una historia de amor donde las haya, que seguramente encontró agazapada en alguna esquina esperando ser recogida con algo de cariño. Luego adoptó una de las máximas del periodismo, y no dejó que la verdad le arruinara una buena historia.
Así que cogió a Romeo y a Julieta y los metió, pobres, en una batalla de amor y de odio. Sin embargo, lo que no contó fue la historia real de ambos. Su verdadera historia es aquella en la que Julieta le da calabazas a Romeo reiteradamente, empecinada en negar una relación de tal calibre mientras se dedica a gatear de bar en bar, en busca de otros romeos que prometen una felicidad precoz pero fugaz. Y aunque se desespera al amanecer cada mañana en una alcoba diferente, vuelve de noche a buscar lo que no encontrará, devorando el mundo con un apetito voraz.
Romeo, por su lado, no osa salir de su habitáculo por culpa de la grave depresión generada por la conocida promiscuidad de Julieta y su rechazo hacia él. Le manda flores a todas horas para, acto seguido, arrepentirse de ello. Le escribe poemas como el mejor trobador, mandándolos a la hoguera después, avergonzado. Obstinado, reparte llantos por doquier, sin llegar a comprender la espantosa injusticia con que, a sus ojos, está siendo castigado. Maldice y blasfema, carga contra todo y todos hasta que, al borde del precipicio, decide convencerse a si mismo de la estupidez de su estado. Así, armado de valor, sale a la calle dispuesto a levantarle la falda a la vida y se abalanza sobre las barras de las tabernas, comprobando en propia carne la resistencia del ser humano ante la ingesta masiva de licores. A la vez, explota sus más grandes dotes amatorias y su don de la palabra para seducir a las más bellas doncellas que se le presentan. Y a las no tan bellas. Hasta que por fin consigue su ansiado objetivo de olvidarse de Julieta.
Tras una noche de escandaloso desenfreno, despierta resacoso junto al cuerpo desnudo de una esbelta muchacha que, de espaldas a él, sigue profundamente dormida. Romeo trata por todos los medios de aclarar su cabeza y averiguar qué diablos le llevó la noche anterior a seguir las curvas de otra mujer. Se siente avergonzado hasta la muerte por haber traicionado a su propio amor por Julieta, y por haberse dejado llevar y provocar una tragedia de tales dimensiones. Se lleva las manos a la cabeza, desesperado por su hipocresia, incapaz de contener las lágrimas. Y entre tanto llanto por su traición, la muchacha empieza a recuperarse de su leve intoxicación etílica y se despereza impúdicamente entre las sábanas. Al notar la presencia de un extraño en su alcoba, se levanta de un salto, sorprendida consigo misma por haber sido capaz de meter en su casa a alguien, acostumbrada a ser ella la extraña. Así, empieza a vociferar al pobre Romeo, que sigue derrumbado en un rincón, pidiéndole todas las explicaciones habidas y por haber.
Es entonces cuando Romeo levanta la mirada hacia la joven, aguanta la respiración y transforma su cara depresiva en una expresión a medio camino entre la sorpresa y la incredulidad, al reconocer el bello gesto de Julieta en la penumbra de la habitación. Julieta, más sorprendida aún al reconocer a su Romeo perseguidor, no puede más que musitar unas palabras ininteligibles que Romeo no acierta a descifrar.
Ignoro como acaba la historia de la mañana en que Romeo y Julieta se encontraron frente a frente, desnudos, tras una noche de consentimiento en la ignorancia. Seguramente mal, como la mayoría de estas historias. Es posible que, una vez serenados, compartieran un café y un poco de charla, y luego volvieran a la cama, resignados y sorprendidos por haberse encontrado tan fortuitamente. Pero no creo que acabaran tan rematadamente mal como en la historia original.
Pero a quien le importa.
Ni tu eres Julieta ni yo Romeo.
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