Al despertar esta mañana y alargar el brazo he notado con desesperación que, una vez más, no estabas ahí. He abierto las persianas decidido a encontrar algún rastro tuyo; alguna prueba fehaciente de que has estado aquí a mi lado. De que no lo he soñado.
He trastabillado por toda la casa buscando algún indicio. Pero todo ha sido en vano. Y el sol se ha escondido tras una gran nube. Otra vez. Y sigue lloviendo.
Te sueño a todas horas. De día, de noche, en tu cama y en la mía. Te sueño, mientras siento tu respiración. Te veo a través del espejo. Te observo, recordando el aroma de tu piel. Te veo. Y te alejas.
Me cuelo en tus pesadillas para echar a los dragones que te retienen. Me infiltro en tus dulces sueños para arroparte y darte un beso de buenas noches.
Duermo en tu rincón, deseando que aparezcas con una caricia en las manos o en los labios. La misma caricia que me desvela noche tras noche, minuto a minuto.
Y a pesar de tu ausencia, siempre amanezco a tu lado.
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