Puedes dedicarte a pasar unos minutos enfrente del bloc, afilando el lápiz y acabar no diciendo nada. O diciéndolo todo, de una manera u otra. Total, qué más da lo que digas, si lo que acaba siendo importante es cómo lo dices. Te pasas la vida midiendo tus propias palabras para que éstas causen el efecto deseado. Calculas todos tus movimientos con el fin de no hacer ningún paso en falso. Y resulta que cuando estás más cómodo es cuando no tienes tiempo de premeditación y eres tan natural como un vaso de agua. Pero aún así te queda la duda.
Dudas que consiguen acercarse a tu retiro sigilosamente y martirizarte con su llamada, martilleando en tu cabeza como los recuerdos que creías haber borrado pero que siempre vuelven. Entonces notas que todo se para alrededor tuyo y te quedas sentado en un rincón, esperando el servicio de recogida urgente a cualquier otra parte.
Lo bueno es que el servicio funciona, y siempre consigues salir y mandar las dudas a molestar a la puerta del vecino, que vive sólo y estará aburrido. Te sacas de la manga una canción y la sueltas a sonar, aunque no la escuche nadie más que tú mismo. Como esas que inundan tu sala de estar, esas que alguien escribió para otro alguien y que quizás hubieran quedado en el olvido, como tantas otras cosas, pero que, por el motivo que sea, o por la magia de quien quiere estar en todas partes, acaban iluminando la oscuridad.
Luego, igual se te ocurre preguntarte en que estarían pensando al escribirlas. Seguro que no puedes resistirte a saber más y más. Seguro que no puedes evitar querer protagonizar alguna. A que no puedes?
Pues presta atención.
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