martes, 6 de abril de 2010

Sobre imágenes y palabras

Siempre he oído decir que una imagen vale más que mil palabras. Mi afición por las palabras entra entonces en conflicto con mi afición por las imágenes, pero ayer no tenía mi cámara a mano, por lo que no pude guardar como jpeg. Y tampoco tenía mi bloc cerca, así que tuve que retener aquel momento en la cabeza y esperar para centrar todas las ideas y sensaciones que me asaltaron entonces.

La imagen puede parecer de lo más simple. Pero una única foto no sería suficiente para explicarlo todo. No se puede apreciar la penumbra del comedor. No se puede escuchar el murmullo del televisor, al mínimo, para no molestar. Ni el sonido de tu respiración, acompasada con la mía. No hay máquina capaz de retratar mi mano sobre la tuya, acariciando cada centímetro de tus dedos, suaves y cálidos. Sin mucho esfuerzo, aún puedo sentir tu piel, enroscada entre mis brazos, mis piernas sobre las tuyas, y mis labios buscando dónde aparcar durante un rato, mientras sigo acariciando tu melena negra como la noche, brillante como la luna de tu espalda. Me susurras al oído palabras casi ininteligibles, que solo acierto a adivinar. No puedo dejar de susurrar tu nombre una y otra vez, y tu no puedes dejar de acariciar mi pelo y mi rostro, ni mi alma, que nada junto a la tuya entre un tumulto de ideas y palabras que nos siguen al respirar.

Me siento incapaz de expresar el sentimiento que rodea nuestros cuerpos. Parece imposible hacerlo con simples palabras, inventadas a medias, incapaces de hablar por sí solas y describir lo indescriptible. Vuelvo a musitar tu nombre. Tu, el mío. Otra vez. Y otra más. Siento tu olor al moverte y dejar tu espalda al descubierto para que yo la bese una vez más, y te rodee con mis brazos, haciéndome grande mientras tu te recoges a mi abrigo. Aprieto con fuerza. Sueltas un suspiro. Te sigo.

Pasan los minutos y seguimos el uno enroscado en el otro. Adoro hablar contigo. Adoro que me hables, recojas mi cara en tus manos y acerques tus labios a los míos con tal suavidad que parece un sueño. No hay palabras mágicas. No hay dobles sentidos. Solo los tuyos y los míos, dándose un festín. Hay una palabra que me viene a la mente. Inigualable. Otra. Impresionante. El don de la palabra se queda corto, otra vez. Por un momento, la idea de tenerme que ir y dejarte, aunque sea durante un rato, se torna aterradora. Tu imagen, junto a mi, me devuelve a la realidad de tu movimiento, acomodándote a mi cuerpo, cada vez más metida dentro de mi pecho y dejando que mi abrazo te siga apretando hasta el corazón.

Pero, sobretodo, me quedo con la imagen de ese momento interminable. Mi mano agarrando la tuya, entrelazando los dedos, gozando de su caricia. La estoy viendo y se que no la olvidaré. Te debes preguntar a qué viene esa cara embobada mirándote a la mano. Estoy guardando el momento de esa imagen que nunca será borrada. Tiene todos los números para quedar grabada a fuego en mi memoria, como tantas otras. Te veo. Te observo. Y sigo aquí.

No tengo ni la más remota idea de cuantas palabras he podido usar para describir la imagen de ese momento en concreto. Lo que si se, con toda seguridad, es que me habré quedado corto. No creo que se pueda describir todo ese brote de sensaciones ni con mil, ni con tres millones. Tal vez sea que, por su naturaleza, no se pueda explicar esa imagen.

Una sola imagen.

La tuya.

Para la que sobran las palabras.