jueves, 24 de diciembre de 2009

Caras

En blanco. Totalmente. Vuelve el insomnio. Joder, ya empezaba a echarlo de menos. Sería absurdo seguir preguntándome los porqués de este regreso. Es como estos aborrecibles especiales de navidad que tenemos que tragarnos en la tele estos días; sabes que vuelven, y no hace falta quejarse, porque seguirán volviendo. Como esas raras ideas que viven en una habitación con vistas en algún rincón de mi cabeza, esas que creía que podía solucionar pero que se repiten una y otra vez con diferentes caras, distintas voces y los mismos tópicos.

Vale. No mentiré. Algunas caras son las mismas. Las mismas que a veces muestran tener la misma sensibilidad que un saco de cemento. Pero la mayoría son pasajeros de un movimiento que no para y que convierte en inútil cualquier esfuerzo de escapar de él. Son caras que fingen esos buenos sentimientos que nos llevan a mentir constantemente y a mostrar que la verdad está tristemente sobrevalorada. No buscamos la verdad, sólo que no nos mientan más. Que la tristeza que a veces nos invade sea vista como tal, sin sombra de ojos ni lápiz de labios. Sin más. Que no pase por alto. Que no se disimule. Que no me llames luego, si es ahora cuando necesito hablarte. Luego, igual no me apetece. Luego, siempre es tarde.

Caras que se repiten cada día. En la calle, en el trabajo o en los sueños que te persiguen. Se convierten en pesadillas y te despiertan a medio camino de un infarto, dejándote tumbado sobre la cama, mirando al techo y preguntándote que has hecho mal esta vez. Qué ha cambiado desde la última cara, o qué no ha variado, para que sigas volviendo a una casa vacía. Como viene siendo ya una maldita costumbre.

Y no puedo dejar de mirar esas caras, en busca de una respuesta, escudriñando tus ojos para ver si hoy sí me cuentan algo nuevo. Los míos te parecerán oscuros, lejanos. Tristes. Es porque están cansados de buscarte y no verte.

Y yo también.

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