viernes, 16 de octubre de 2009

Linea 3

Menudas piernas te gastas. Se notan bien cuidadas, incluso a pesar de las medias. Y qué decir de ese escote imposible, esa mirada de gata salvaje y ese saber estar cuando bien sabes que medio vagón te está mirando. Incluso yo, que parezco absorto en mi lectura, y llevo tres minutos con la misma linea. Tenía que haber subido a otro tren.

Volviendo a tus piernas, bonitos zapatos. Te ha sido difícil subirte a ellos? Anda, levántate y ven a contármelo a este rincón donde he aparcado, justo al lado de una de esas barras donde agarrarte para no sufrir un desvanecimiento con el vaivén. Con el del tren. Mujer, que lo hago por tu bien. Así podré cambiar el angulo de visión y el viejo verde del fondo no volverá a guiñarme el ojo ni a mover la cabeza señalándome tu cuerpo de esa manera tan obscena. Que bien podía ser nuestro padre.

Las prácticas de telepatía funcionan, por fin. Ahora que te tengo más cerca, sin ningún motivo aparente porque no había nadie a quien cederle tu asiento y, aún así, te has venido a mi vera, voy a poder comprobar si la publicidad del nuevo perfume que me endosaron por mi cumpleaños tiene razón y da sus frutos. Por cierto, el tuyo sí funciona. Si no, no me explico qué fuerza cósmica está haciendo que ya no oiga las descargas ilegales del reproductor del bolsillo derecho del pantalón. Lo especifico para que no te confundas.

Nueva parada, nuevo tropezón con los tacones. Te voy a poner una L blanca con fondo verde en la espalda. O mejor se la ponemos al conductor para que nos trate con algo más de tacto, y ya aprovecharé un momento más íntimo para ver ese bonito vestido por detrás. Espero que entre el casting de pasajeros que se van aborregando en la puerta no haya ningún cura ni servicios de seguridad del Metro. Más que nada porque lo que estoy pensando anda entre el pecado y el delito, y hoy no estoy ni para aguantar sermones de medio pelo ni para enseñarle la documentación a nadie. A riesgo de que ese nadie se lleve una patada no prescribible en los cojones. No se si tanto brote psicótico y violento es debido a las últimas lecturas que guardo bajo la almohada o a que realmente, me estoy volviendo bipolar. O a cualquier otro motivo que no acierto a discernir.

El caso es que llevamos ya diez minutos de parada, he comprobado unas veinte veces que incluso pese a haber salido de casa con muchísimo tiempo de margen, voy a acabar llegando tarde al trabajo, y por la manera de tocarte el pelo, veo que tu también vas a llegar tarde dondequiera que vayas. Hacia donde vas? Lo digo porque en cualquier momento la megafonía va a comunicarnos el cese de tráfico de la linea por una incidencia, todo el mundo va a salir en avalancha y yo, que soy nuevo en esto, no tengo ni la más remota idea de dónde coño estoy.

Lo que te decía. Ves, si hubiéramos invertido esos minutos en algo productivo, ahora podrías decirme como llegar a mi clase, que con eso me conformo, y me habría ahorrado la desagradable conversación con el jefe de estación, que ha sido muy amable traduciendo incidencia a un lenguaje menos técnico, más mundano y, sobretodo, más innecesario. Solo le ha faltado dar los detalles más escatológicos. Estaría aburrido el hombre, cansado de contar cuanta gente se le cuela sin pagar. Aunque tampoco parece importarle mucho. O nada.

Creo que ha sido en ese pequeño lapso de tiempo en el que yo he abandonado mi viaje sideral y he vuelto a poner los pies en el andén, cuando he sido consciente de tu ausencia. Te he encontrado al ver a una legión de baboseantes miembros del mal llamado género masculino que, lejos de querer hacerte protagonista involuntaria de una entrada de un inocente blog al que tenia ganas de contarle algo nuevo, han posado sus lascivas miradas en las innumerables curvas de tu cuerpo.

Y la verdad es que ha sido bueno verte alejándote por un par de motivos. Primero, porque he podido comprobar tu soltura sobre esos doce centímetros de aguja, esquivando seguidores y omitiendo las escaleras mecánicas para hacer -sin pagar- una clase rápida de steps. Ahora también entiendo el porqué de que tus piernas sean así, y no diferentes. Te pido perdón por haber pensado a primera vista que eras novata en esto de las alturas taconiles.

Segundo, porque lo único que quería de ti era esa inspiración que no encontraba desde hacía unos días y que necesitaba como agua de Mayo. Vaya topicazo. Así de triste y así de alegre. O de verdad creías que te iba a pedir tu teléfono, mail, dirección o asistencia a las nuevas redes sociales de internet? No, no. Yo no funciono así. Te pido perdón por utilizar tu cuerpo, ese que he mirado sólo dos veces, para mis propios fines, que no son más que estas lineas que no vas a poder leer.

Pero quien te iba a decir esta mañana, después de que el despertador haya hecho gala de su nombre, te hayas preparado un baño de espuma perfumado o una ducha rápida, escogido un modelito que luzca las horas de gimnasio, maquillaje, lápiz de labios horizontales, pendientes y pulseras (llevabas?) y toda esa parafernalia que hace que cada día crezca más mi admiración por tu género, ibas a ser protagonista de una historia de príncipes y princesas que no se vuelven ranas después de un beso? Aunque aquí no veas ni príncipes ni princesas, ranas o besos.

Pero haberlos, los habrá, digo yo. De todos ellos. De todas ellas.

En alguna que otra linea.

O en la agenda de mi móvil.

sábado, 10 de octubre de 2009

Felicidad (para L)

Ya que lo preguntas, pues voy a ver si te puedo ayudar. Lo tengo todo preparado. Mis bebidas espirituosas, mis otras cosas espirituosas y, como no, el Google. Lo quieras o no, es el mejor sitio por donde empezar la búsqueda de un deseo.

El olvido viene últimamente disfrazado de Felicidad (si, si, con mayúscula). Al menos esta noche. Si lanzas la búsqueda como "Felicidad" aparecen, siempre aproximadamente, 13.400.000 entradas. No esta mal. Si es por "búsqueda de la felicidad", 11.100.00, y lo más terrorífico de todo; "encontrar la felicidad", 7.650.000. Ante estos abrumadores datos, puedes llegar a la conclusión que sólo unos cuantos de los que buscan la Felicidad, son capaces de encontrarla. No desesperes todavía. No son tan malas noticias.

No puedo decirte mucho de algo que a veces escapa a todo razonamiento humano. Pasamos la vida buscando, esperando encontrarla a la vuelta de la esquina, vistiendo una sonrisa de oreja a oreja típica de cualquier vendedor de El Corte Inglés en prácticas. Te pregunta que si te puede ayudar y tu te aferras a lo primero que te ofrecen, porque es lo primero que ves en muchos años. Esa primera oferta es la que acaba por doblegar tus ánimos, mermados por una lucha sin fin que ya dura demasiado tiempo. Porque ni es lo que buscas, ni lo que necesitas. Aunque, estadísticamente, tarde o temprano, toca.

A veces pienso que la Felicidad es como los hospitales: todos sabemos donde están, pero si podemos, no vamos. En serio. A veces estamos tan sumamente cerca que nos da miedo. Y si la encuentro y soy feliz, luego que? La tópica pregunta del millón. La típica pregunta sin respuesta.

Luego también está aquello de ser más feliz que un tonto con un lápiz. Pues lápices para todos, coño! Pero, seguro que no te has preguntado porqué el tonto es feliz. Y ésta, si tiene respuesta. Uno de esos filósofos que tanto me gustan y que tantos siglos llevan enterrados vino a decir que la única manera de conseguir los deseos de uno mismo, era tenerlos limitados y bajo control.

La verdad es que prefiero pensar que el tipo que esconde la secreta ubicación de esos atesorados deseos, es el del espejo. Dicho de otra manera. Si quieres encontrar algo, echa un vistazo por ahí dentro.

Seguro que lo encuentras. Seguro.

Y si no, grita.