Si tu afición favorita es pasear por los tejados como Batman o Spiderman, en lugar de por la calle, como la gente normal, tienes un problema. Pronto te puedes dar cuenta de lo que cuesta bajar de ahí. Sobretodo cuando tu mejor compañía eres tu mismo y no tienes al alcance ninguna mano amiga. O un tiro de gracia.
Eso pasa cuando te da por alterar a tu antojo el centro del placer de tu disco duro y confiar en llegar de una vez por todas a algún horizonte más o menos lejano. No te esfuerces. El horizonte se divierte a tu costa, alejándose mientras tu tratas de acercarte. Y si consigues alcanzarlo, luego qué? Habrás disfrutado en el camino? Espero que sí, o realmente no habrá valido la pena. Lo siento por ti, compañero, esto funciona así.
No pierdas más tiempo invirtiendo en quimeras de todo a cien. Salen defectuosas, sin excepción. Cuando te armas de paciencia esperando un click hacen clack, y ya la tienes liada. Además, no te aceptan la devolución. Es una tortura, porque luego la tienes que llevar a cuestas y no hay Belerofonte que valga.
Pero no desesperes, no todavía: siempre te queda la poesía urbana. Esa en la que solo tienes que rendir pleitesía a tu autóctona soberanía. Esa con la que dar rienda suelta a tus idas y venidas, y a algún que otro brote de autocomplacencia, situándote como espectador de tu propia película de aventuras.
O también puedes dedicarte a jugar a ser humano, convirtiendo lo más banal del día a día en algo que te puede dar una clase magistral del plan de vidas de los gatos. Igual aprendes a caer de pie. Aunque así volverás a rondar las azoteas, intentando llegar a acariciar a la luna y maullarle cuando no te haga ni caso. Tu eliges. Yo ya lo he hecho.
Me quedo con la luna.
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