sábado, 14 de febrero de 2009

Umano sin Hache

No se si es el instinto de supervivencia o la más pura estupidez lo que me lleva al olvido. Tal vez sea que no me quiero dormir sin saber un poco más que hace un rato. Como si no lo supiera ya. Como si no se me hubiera pasado por la cabeza imaginármelo.

Me pregunto cada minuto las razones que hacen tan difícil no estar cerca de ti. Trato de abrir las puertas de acceso prohibido y lo único que puedo encontrar son sombras que no puedo disolver. Por mucho que lo intento no puedo más que agotarme a mi mismo y agarrotar los puños con la rabia contenida por no poder gritar.

Solo tengo una mirada. Un aspecto. Una intención. No ando por la vida disfrazándome de lo que no quiero ser. Y no puedo fingir el pavor que supone el echarte de menos por la mañana al no sentir la caricia de tu pelo en mi cara al levantarte. Tengo qué decirte y no puedo encontrarte. Nunca lo consigo.

Y sigo aquí, intentando arrancar las anclas que fondean en el océano más oscuro del mundo. Pero no puedo. Estan enterradas en lo más hondo. Y lastradas, para que cueste más moverlas. Para que solo los elegidos puedan saber donde tocar para soltarlas. Me pregunto si yo lo soy. Si lo puedo ser, más bien.

Queda el consuelo de estar cerca, aunque sea a base de trasnochar para ver que cara tiena la luna. La buena o la oculta. O las dos a la vez. Es la única manera de sentirse humano, aunque el sentimiento duela.

También está la posibilidad de pasear un rato por el olvido, tan cercano como anda siempre. Aunque ello suponga una pizca de tristeza, una cucharada de soledad y 25 miligramos de nicotina en vena.

Tal vez sea que vale la pena.

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