"Acuérdate de la niebla de esta mañana", pensé, "cuando estés en mitad de la huida de ninguna parte". Y cuando me acordé de la niebla, horas más tarde, empezó a cobrar sentido la huida y me sentí tranquilo como un niño en brazos de su próximo enemigo.
Todo eran preguntas sin respuestas claras, un sinfín de "porqués" para los que no era suficiente un absolutista "porque si" o "porque no"; un interrogatorio ante una lámpara cegadora, a 300 por hora. Todo lo que quedaba del dia era un recuerdo y un "te voy a echar de menos" en el alma. Y luego, por la noche, ese sueño en el que alguien me mandaba un corazón envuelto con sonrisas y caídas de ojos eternas, mientras a los mios los trepanaba la madrugada porteña. Para no ver. Para no querer ver los dolorosos murales de una vida, pintados a brocha gorda y a grandes trazos, que se dedicaban a confundir y a convertir en espirales de negación la decisión más recta.
Trato de escuchar la canción del mar y encontrarle algo de sentido común. Pero no lo tiene; ni común ni de ningún otro tipo de sentido que pueda existir en la faz de la tierra. Pierde toda la razón de ser en cuanto empieza a sonar, dispersa y amable a la vez.
Vuelvo a casa pretendiendo encontrarte en la puerta, sentada, esperando cumplir mis ilusas perspectivas. Se que seré incapaz de encontrarte entre la multitud que nunca me rodea, pero quiero intentarlo; si al final del viaje sigo entrando por la puerta solo, almenos habré estado cerca. Muy cerca. Habrá valido la pena y habré disfrutado de esos milímetros que nos han separado al final. La huida se convertirá en un viaje de vuelta y vuelta, de regreso al país de "Nunca Jamás", donde basta con desear las cosas para que ocurran y acunarlas en las manos. A veces, sin querer, me creo la vieja y tonta historia de las películas, en las que la chica aparece tras una de esas típicas puertas correderas y se abalanza sobre el chico mientras suenan pianos y violines que nunca existieron y caen los créditos finales; pero sólo a veces, en muy contadas ocasiones, sumando algún que otro ataque de sueño que me persigue de dia y de noche. Así que no, no me sorprenderá tu ausencia en absoluto. De hecho, era de esperar esa pequeña dosis concentrada de autismo ególatra. Estoy condenado a mirar tras los cristales, bajo una intensa lluvia que puede nublar la mirada de cualquiera.
Quizás trate de agarrarte en mis brazos y cruzar juntos las espinas sin que éstas se atrevan a herirnos la piel. Tal vez te deje utilizarme de abrigo para lo que queda del dia. O te puedo escribir una autopista hacia el cielo sin peajes ni salidas más que las que tu quieras, donde tu las quieras.
Y si no es así, tampoco me sorprenderá. Es solo la fría impresión de no aparecer en ningún lado, aunque solo quiera volver a ser aquel que prodigaba sonrisas a todas horas, dando por bueno el poder sonreir y darse la vuelta para volver a hacerlo. Para acomodarme en mi mismo y rodearme de lo que más quiera. Borrando de la solapa cualquier cartel de preocupación. Tranquilo y tonto y feliz como un niño en brazos de su próximo enemigo.
Como un niño tomando biberones de gasolina.
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