He vuelto a recuperar el traje de poeta urbano. Lo tenía en la lavandería, junto al de super-heroe y al de rebelde sin causa. Los había olvidado por completo. A todos ellos. De repente, sentado en el sofá, me di cuenta de que me faltaba algo y necesitaba recuperarlo. Hice un registro exhaustivo de todos mis recuerdos hasta que encontré la respuesta escondida bajo una duda, en la mesita de noche: los trajes.
Después de tanto tiempo no me había acordado de ellos. Con tanto estropicio encima, tenían que tardar lo suyo en estar listos otra vez. Y me los han dejado como nuevos. Bueno, casi. Tantas idas y venidas, subidones y bajones con todos sus terminos medios, empatías y asertividades, ya van perdiendo color. Se ven apagados, ya no impresionan tanto. Aunque si los miras bien, aún tienen algo de tirón en algún momento. Pero cuesta mucho salir a la calle con ellos a cuestas, porque a veces son un lastre: "oye, recítame un poema", "super, te necesito", "no me digas nada, con tu mirada me basta". Aberrante. Que poca sensibilidad. Bajo los trajes se esconde una persona que, valga la redundancia, se esconde bajo ellos. Bajo los trajes existe un corazón que ya no sabe hacia donde mirar para pasar desapercibido o para llamar la atención. Bajo los trajes, cada vez queda menos.
Pero aún así los sigo usando. Es lo único que me queda. Para gritar, volar o, simplemente, para vivir. Pese a los restos de viejas batallas, sigo poniéndome los trajes y saliendo a la calle cuando hace falta, o almenos cuando yo creo que hace falta. Ahí hay una gran diferencia. A veces metes la pata y crees que tienes que tener una noche estelar y salir en las noticias cuando lo más prudente sería quedarse en la cama. Pero tu sales. Y deseas haberte quedado en la cama. Son gajes del oficio, que se le va a hacer. Igual es la edad.
Tal vez sea que los años si que afectan. Quizá el tiempo de disfrazarse tenga fecha de caducidad, y yo sin saberlo. Ahora ya lo sé. Había unos cuantos dichos sobre lo de aprender antes de acostarse, así que hoy ya he cumplido. Algo bueno tenía que haber en hacerse mayor, por lo menos a la hora de aprender rápido sin demasiados tropezones. Pero el tiempo a veces hace de tí una estatua, inmutable e inmovil. Y los días pasan sin nada más que hacer que no sea pensar en todo lo que ha ído pasando de largo. Y en que no vuelve. El tiempo se eterniza o se reduce a su antojo, sin pedir permiso ni preguntar si te va bien que empiece a jugar. A veces hasta te corta el paso o te traba en dificultades varias, para las que ya no vale ningún tipo de tiempo muerto. Estan todos agotados, y no hay prórroga que valga.
Así que te quedas con un traje usado, viejo y sin ánimos de comprar otro. Y si los tienes, de qué lo compras? Ya no queda ninguno minimamente original. Están todos pasados de moda, caducos. Te quedas con los tuyos, que ya les tienes aprecio, aunque se queden en el olvido en algunos momentos. Y si no los quieres usar, porque no te apetece, puedes salir a la calle desnudo.
Total, quien necesita hoy en día a un poeta en paro, un super-heroe en apuros o a un rebelde con demasiadas causas.
Pedazo poeta urbano. Ni el Sabina!!!
ResponderEliminarFelicitats.
Pepa( Una seguidora més)