Es un paseo por un mar de hojas secas que esperan un leve soplo de viento para echar a volar. Es una lucha constante para apagar fuegos con bidones de gasolina y evitar riadas desatando tempestades. Es una condena de arresto domiciliario que se acaba al tirar la puerta abajo de una patada, dejándola abierta para que corra el aire. O una botella vacía y unas gafas de sol tiradas sobre la mesa. Un entierro de viejos recuerdos que no sirven para nada más que para martirizarte con su constante repiqueteo. Una desintoxicación. Un formateo del disco duro y un volver a empezar de cero. Una reforma integral o, en su defecto, una mano de pintura.
Esta es la historia de un vagón de tren cualquiera, en una tarde cualquiera, que no puede parar.
Que no quiere parar.
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