domingo, 13 de diciembre de 2009

Polaroids

Me he dejado llevar por una nueva afición. Colecciono instantáneas, de tres por cinco. Ya venía siendo hora de abandonar la teletienda antes de que se convirtiera en una grave adicción. Me paseo solo o acompañado y voy guardando fotos hechas con mi Polaroid. Hasta tengo una cajita de puros habanos que vacié, donde voy dejando las imágenes que se plantan frente a mi. No me quejaré si sueño luego cosas raras, lo prometo. Seguro que me encuentro con un Morfeo con cabeza de conejo, rodeado de espejos gigantes y con una de esas historias raras de las que no quieres salir, esperando a ver que pasa al final.

Igual que en esas historias cotidianas en las que buscas el romanticismo que perdiste y que no hay manera de encontrar. Una de esas historias cuyo final conoces de sobra y que, por reiterativo, te niegas a vivir una vez más. Es la misantropía que va inundando tu cuerpo la que te lo impide. Ese dejar de confiar en lo que te rodea porque se vuelve lejano, absurdo o simplemente aburrido. Los cuentos de hadas y príncipes se quedan en eso, en cuentos. Y luego viene un Chivato y te dice que las hadas han caído. Encima. Ya no se puede hacer nada. Será que es tarde, o algo así.

O no. A menos de que la gilipollez venga de serie en algunos modelos, tal vez aún haya algún atisbo de esperanza. Si es cuestión de hacer tratos, habrá que hacerlos, y buscar ese termino medio que tan mal se nos da a todos los que no encontramos lo que buscamos que, por extraño, se nos hace distante en cada intentona. Hartos de intentarlo, solucionamos los problemas a base de desconexiones autonómicas o ingestas masivas del whisky de las cuatro rosas. Una forma muy útil para ver las cosas claras. Decía Carlos que aunque te levantes con resaca, este no es un nombre de mujer. Así que no cuenta. Esta vez. Las otras tampoco, pero van cayendo en el olvido.

El problema es que creo que soy un romántico diletante. Fallan los ases en la manga, las puertas traseras, las flores de plástico y las casas de cartón. Me declararé culpable, a ver si así evito la silla eléctrica, aunque me pase la vida en el corredor de la muerte. Necesito un indulto. Una bula papal. Y si no un exorcismo, ya puestos, que seguro que funciona igual de bien y no tiene efectos secundarios.

Necesito lo que busco y no encuentro. Lo que no veo. Lo pondré en la lista de cosas que no me trajeron los Reyes Magos para volver a pedirlo este año.

Con tanto trajín, se les olvidaría.

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