Tengo la sólida teoría de que si el sueño no aparece es porque, seguramente, aún no ha acabado el día y tienes que decir la última palabra. Y sin decirla, el día no termina, convirtiéndose en un espantoso bucle espacio-temporal, similar a un agujero negro que todo lo absorbe. Podría absorber todos los malos pensamientos, y así todos ahorraríamos en profesionales de salud mental. El caso es que hace ya varias horas que podría barra debería estar soñando con lo que voy a hacer en poco rato, y en vez de eso, veo como cada vez hace más calor, la televisión es más patética, y se me acaba el tabaco.
Y con todo, sigo pensando en esa última palabra del día. Conociéndome como me conozco desde hace tanto tiempo, más que una palabra, serán varias lineas. En fin, que el tema de la semana es el de los consejos. Recomendaciones de uso como las de los medicamentos, pero sin posología ni contraindicaciones. Decía Jorge que cuando te sientes abrumado y necesitas buscar el consejo de alguien, al escoger a ese alguien, automaticamente escoges el consejo. Las últimas investigaciones llevadas a cabo desde este mirador me llevan a concluir que, si escoges el consejo, no hace falta ningún tipo de consejero. Pero a Jorge se le olvida ese punto de humanidad en el que tu interlocutor se olvida de tus frecuentes brotes misántropos y pide dos cervezas más. No es consejo lo que buscas. Es sacar un partido positivo de la soledad, disfrutando de momentos improvisados en los que, por arte de magia, te encuentras más rodeado que nunca. Y hablas.
Hablar no es algo para lo que los animales fuéramos diseñados. De hecho, la biología nos ha enseñado lo estúpido del ser humano al querer hablar mediante un aparato que fue creado única y exclusivamente para engullir comida. No intentes hablar y tragar al mismo tiempo, me sentiría fatal ver que te has ahogado. Pero el habla es lo que nos diferencia del resto. Es lo que nos permite crear problemas para luego solucionarlos con total naturalidad y poder seguir avanzando. Eso nos convierte en lo que queramos ser.
Quizás sea cierto que no saldremos vivos de esta vida, y seguramente será todo culpa de Yoko Ono, pero por suerte nos siguen quedando las palabras.
Y eso no muere nunca.
Al final, todo es tan sencillo cómo saber a quién culpar en todo momento: o bien a Yoko Ono (y al espíritu de Lennon, que le sale por los poros) o bien al gobierno.
ResponderEliminarUna vez identificado el culpable, embolica que fa fort. Dos cervezas, por favor.
Besitos.