Igual que un libro al que le quedan pocas páginas y te sientes mal porque se acaba. Igual que una película en sus últimos coletazos, aunque quisieras que siguiera durante horas. Esa es la sensación que te queda ante algunos finales, cuando sabes que no hace falta seguir mirando o leyendo, porque ya no queda nada más. La misma que tienes mientras miras el teléfono esperando una llamada que nunca llegará.
Son finales repetidos, siempre los mismos, y te recuerdan el precio de los tropiezos con la misma maldita piedra. Sabiendo donde está, a nadie se le ha ocurrido apartarla del camino? No, a nadie. Seguramente será porque hay muchas; quizás tocamos a una por cabeza. Imagínate, seis mil millones de piedras en medio del camino, con sus respectivas etiquetas: "Piedra del trabajo", "Piedra del amor", "Piedra de la estupidez" y así sucesivamente hasta la eternidad. Creo que tenemos asignadas algunas de ellas desde nuestro nacimiento, aunque es imposible saber cuando y como te van a sorprender; no existe un GPS para verlas venir, como a los radares. Y como siempre, vas y te estampas con la misma. Con tu amado final.
No estaría mal que hubiera avisos para estos finales, del tipo de "carrtera cortada", "Sin salida", o que te llegara un SMS. Ya puestos, estamos en la era digital. En su lugar, siempre es tarde para frenar y te acabas dando en las narices con tu final, hasta que le coges tanto cariño que te preguntas cómo has podido vivir sin él tan cerca hasta ahora. Es entonces cuando empiezas a hacerte todo tipo de preguntas a lo largo de un viaje que no te lleva a ninguna parte.
Al final te quedas plantado en algún bar, tomándote un café y mirando nervioso el reloj, como si estuviera a punto de pasar algo. Y cuando no pasa, te levantas, vuelves a mirar la hora, y sales por la puerta, preguntándote en que punto de los estadios del duelo estás. Te das cuenta de que has saltado directamente de la negación a la depresión. Es un alivio minimizar los peligros de la ira y aplacar al máximo el coñazo de la negociación. La compra-venta de sentimientos nunca fué tu fuerte. Pero con todo, sabes que la aceptación se acerca, y que no vas a saber que decirle. Hola, como estás? Conoces perfectamente la respuesta, porque es la misma que te encuentras siempre. La que te persigue y no te suelta cuando te atrapa. La de darte la vuelta, cabizbajo, y seguir caminando hasta la siguiente piedra.
Hasta el siguiente final.
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