Ves que no te pierdes nada y que te perdías mucho, que caminabas como un cangrejo sin ver en que dirección iba la carretera a ninguna parte. Y que es mejor cuando sales de casa después de haberte mirado al espejo soltándote una sonrisa.
Que igual que un regalo que no sabes que contiene, la vida te depara sorpresas agradables que tienes que desenvolver y probártelas, a ver si son de tu talla. Y si no lo son, das las gracias igualmente, que sonreír, a día de hoy, sigue siendo gratis. Que cuesta muy poco levantar la cabeza y mostrar esa actitud digna de todo ser humano hacia otro semejante, aunque sea poco frecuente últimamente en la tierra del olvido.
Que a lo mejor re-conoces a gente de quien creías que no podía salir nada bueno y te sorprende encontrar esa honestidad que buscas desde hace tanto tiempo. O todo lo contrario, por lo que te alegras de haberte dado cuenta y te das tu mismo un golpecito en la espalda, felicitándote por esa vista de lince que Dios (?) te ha dado.
Que vale la pena aprender a usar un par de palabras como y que en la vida cotidiana, que no te va a hacer falta que te den un Oscar por fingir ser lo que no quieres ser, que hoy no me apetece cogerte el teléfono y hablar contigo, que hoy salgo solo, o con quien yo quiera, que me apetece dormir en el sofá, despertarme a media noche y comprobar cómo van las ventas de la última novedad para perder peso que venden en la tele-tienda, tomarme una copa o acostarme con la música a todo gas, aunque joda a los vecinos.
Que la filosofía de mercadillo también funciona, aunque no sea un superventas y venga acompañada de botellas sospechosamente vacías y ceniceros al límite de su capacidad. Y que como me contó uno de estos nuevos filósofos de última generación, un tal Mayer, tu, yo y el de más allá podemos ser un "man on the side".
O no.
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