lunes, 20 de abril de 2009

Sobre peras y olmos

Tengo la fría sensación de andar tratando de batir algún ridículo récord de estupidez humana; Einstein estaría orgulloso de mi por demostrar que ésta es infinita.

Entre el ensordecedor barullo que retumba siempre en mi cabeza destaca el silencio de las voces que más necesito. Y me dedico a fingir: finjo que no me importa, que da lo mismo, que a otra cosa. Pero es todo mentira, porque sí importa, no da lo mismo y no puedo pensar en otra cosa, por más que lo intento.

Las arañas dejan de tejer por un rato para retorcerme en tu recuerdo, mientras yo trato de escapar dando zarpazos al agua y mordiendo el aire.

Aguanto en pie como un niño en una verbena, solo que el peso del querer empieza a asemejarse al de una losa inamovible fijada sobre la tumba de mis pensamientos. Por más que intento empujar con todas mis fuerzas, no soy capaz de moverla ni un ápice. Sufro una fuga de palabras en caida libre, sin saber de que anilla tirar. Veo la realidad acercándose a una velocidad de vértigo sin tener un sólo lugar al que asirme. Y con todo, sigo preocupado por cerrar el grifo de la lluvia.

Tengo una cuenta pendiente por querer comprar felicidad y pretender pagarla en cómodos plazos. Nada más incómodo que la inconformidad del ser que cree ser feliz, sobretodo teniendo en cuenta que debe ser el más infeliz de todos. Que estúpido concepto el de la felicidad. Debería ser borrado del diccionario para evitar que siga engañándonos. Sí, nos engaña. Nos hace amar lo detestable, odiar lo adorable y desear lo que no necesitamos. Uy no, eso es amor, que lapsus el mío!

O será lo mismo?


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