Todo el mundo dice que imaginar, como soñar, es gratis. No cuesta dinero y muy poco trabajo. Sólo quedarse un rato sentado en un sofá raído y hacer volar las neuronas hacia donde rara vez viajarían cuando están inmersas en la rutina diaria de trabajo y relaciones sociales varias. Hay veces, sin embargo, que hay que darle un empujón a la imaginación para poder llegar a soñar cualquier realidad factible.
Así que imagina.
Imagina que tu realidad se viene abajo. Imagina que tu vida acaba, en cualquier sentido. Física o metafóricamente. Y piensa en todas las cosas que puedes o tienes o quieres hacer. Lista todo aquello que siempre has pensado o soñado y nunca has hecho. Y piensa.
Piensa que vendes tu genial deportivo por ese pequeño y destartalado clásico con el que llevas soñando desde que te sacáste el carné.
Presiente un modo de hacerte con esa Gibson Les Paul que te ronda la ilusión desde los 12 años.
Planea como enfrentarte a todos aquellos por los que siempre callas y por los que tragas lo indecíble por no herir. Empezando por tu jefe, cobijado en su sillón de piel para decirte que nunca llegarás allí donde él se ha acomodado tanto. Acabando por tu amigo, por el que tanto has sufrido y tanto ha cogido que no te ha dejado aire para respirar.
Cree en ese hogar que creaste en tu mente y sustituye con él la oscuridad de cortinas marchitas en donde vives esperando que suene el timbre y, por una vez, no sea el repartidor de pizzas.
Deja de imaginar ya.
Y ahora, pregúntate por qué no empiezas a hacerlo mañana.
lo haré
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