Menos mal que te guardo cerca de la cama, a tiro de almohada. Si no, habría sido difícil hablar contigo a estas horas. Perdona que sea tan tarde, pero me he entretenido en el olvido.
Sabes, a veces pienso durante el día en esas notas que te escribo si me acuerdo y que no reclamas por si acaso. En el derroche de tinta sobre papel para despejar los caminos que, finalmente, me devuelven a ti.
Es curioso, porque a veces hasta te echo de menos más de lo que quisiera a pesar de intuirte a mi lado. Te echo de menos cuando quiero soltarte la tonteria de la semana y ver como luego nos reímos los dos. Pero sé que sigues ahí. Aunque no te vea.
Y la verdad es que me alegra el poder compartir contigo los extraños pensamientos que me azotan de madrugada, mientras la ciudad duerme. Algo que siempre queda entre nosotros, por mucho que pueda haber alguien escuchando.
Pero unicamente estamos tú y yo, cobijados en nuestro cálido olvido.
Perdona que sea tan tarde, pero me he acordado de no olvidarte.
domingo, 25 de enero de 2009
sábado, 24 de enero de 2009
La duda de la gata
Como se te ocurre preguntarme a mi qué es eso, que no se ni donde encontrarlo. Como osas acudir a mi, si no estoy seguro de dónde lo guardé. Lo sentí, en algun momento pasado; lo siento ahora, por todas partes; lo sentiré mañana, si consigo levantarme.
No preguntes cómo verlo, si las luces están apagadas y las sombras alargan su mano para no dejarte intuir lo que está por todas partes.
No te armes de estereotipos de moda que no hacen más que confundirte con descafeinados y pseudo-edulcorados mensajes subliminales allá donde mires. Allá donde mires con los ojos bien abiertos lo unico que podras encontrar es esa sonrisa bobalicona de los que dicen tener una pista de donde buscar.
No lo encontrarás bajo las piedras de tu tejado. No está ahí. Hace tiempo se te olvido limpiar la casa y quitar las piedras que no hacen más que lastrarte en el camino.
Hasta la tópica búsqueda en el interior de uno mismo es vana. El lugar, desde dentro, es más grande de lo que parece. Y fue mal diseñado porque tiene esquinas por todas partes. Y aristas que te cortan en cuanto te descuidas. Además, lo único que vas a oir cuando clames por una respuesta será el eco desgarrado de tu grito. Siento decírtelo así. Pero ya he estado ahí.
Te diría que está en el aire. Pero mentiría. Como mienten los falsos gestos de lo que te parece pero nunca es; como miente la confusión que te complica el camino, ya duro de por sí. Tal y como miente la falsa esperanza de abrir la puerta y encontrártelo allí, esperando que le invites a entrar y ocupar tu sillón favorito sin que le mires mal.
Por desgracia, no funciona así. Es posible que tengas que buscar el arca perdida sin tener ni la más remota idea de por donde empezar. Y seguro que si la encuentras se convierte en polvo al instante y se te escurre entre los dedos. Aunque eso tampoco es malo. Porque habrás visto con tus propios ojos que existe, aunque sea efímero. Y quizás te duela. Pero seguro que a pesar del dolor querrás más. Y querrás buscarlo de nuevo y, tal vez esta vez, sepas cogerlo de un modo diferente para que aguante más tiempo entre tus manos y poder prolongar lo inexplicable. Sin darte cuenta.
No es fácil. Lo sé. Búscalo. En los tiempos que corren, en algún sitio tiene que estar, abrazado a alguna que otra duda que no le deja avanzar en su camino hacia tu puerta. Pero igual suena el timbre y ahí está, quien sabe.
Acuérdate. No es lo que queremos sentir. Es lo que sentimos sin querer.
No preguntes cómo verlo, si las luces están apagadas y las sombras alargan su mano para no dejarte intuir lo que está por todas partes.
No te armes de estereotipos de moda que no hacen más que confundirte con descafeinados y pseudo-edulcorados mensajes subliminales allá donde mires. Allá donde mires con los ojos bien abiertos lo unico que podras encontrar es esa sonrisa bobalicona de los que dicen tener una pista de donde buscar.
No lo encontrarás bajo las piedras de tu tejado. No está ahí. Hace tiempo se te olvido limpiar la casa y quitar las piedras que no hacen más que lastrarte en el camino.
Hasta la tópica búsqueda en el interior de uno mismo es vana. El lugar, desde dentro, es más grande de lo que parece. Y fue mal diseñado porque tiene esquinas por todas partes. Y aristas que te cortan en cuanto te descuidas. Además, lo único que vas a oir cuando clames por una respuesta será el eco desgarrado de tu grito. Siento decírtelo así. Pero ya he estado ahí.
Te diría que está en el aire. Pero mentiría. Como mienten los falsos gestos de lo que te parece pero nunca es; como miente la confusión que te complica el camino, ya duro de por sí. Tal y como miente la falsa esperanza de abrir la puerta y encontrártelo allí, esperando que le invites a entrar y ocupar tu sillón favorito sin que le mires mal.
Por desgracia, no funciona así. Es posible que tengas que buscar el arca perdida sin tener ni la más remota idea de por donde empezar. Y seguro que si la encuentras se convierte en polvo al instante y se te escurre entre los dedos. Aunque eso tampoco es malo. Porque habrás visto con tus propios ojos que existe, aunque sea efímero. Y quizás te duela. Pero seguro que a pesar del dolor querrás más. Y querrás buscarlo de nuevo y, tal vez esta vez, sepas cogerlo de un modo diferente para que aguante más tiempo entre tus manos y poder prolongar lo inexplicable. Sin darte cuenta.
No es fácil. Lo sé. Búscalo. En los tiempos que corren, en algún sitio tiene que estar, abrazado a alguna que otra duda que no le deja avanzar en su camino hacia tu puerta. Pero igual suena el timbre y ahí está, quien sabe.
Acuérdate. No es lo que queremos sentir. Es lo que sentimos sin querer.
miércoles, 21 de enero de 2009
In-somnio
Odio el insomnio.
Aborrezco pasar las noches repasando los canales de teletienda deseando que llegue ese ansiado primer sueño, fases pre-rem y rem y todas las buenas compañias que solían hacerme un hueco en sus dulces noches. Perdón, sueños.
Me desespera pasar las horas mirando al techo censando todos los agujeros que tarde o temprano habrá que ir tapando. Me exaspera el vano intento de cerrar los ojos y esperar que por arte de magia el sueño aparezca y me lleve a cualquier fantasia, lejos. Muy lejos. Me revienta dar vueltas entre las sábanas sin que estas me cuenten ni la más mínima infidelidad.
Cierro los ojos y me aburro. Paso las horas contando los minutos hasta que mi despertador, en paro, me diga que es la hora de amanecer e ir a trabajar. Sin dormir.
Imagino a la gente acurrucada entre toneladas de mantas soñando quien sabe que. Quien sabe con quien. Pasando la noche en iluminados paraísos decorados con lo que ellos quieran.
Y encima este maldito dolor de cabeza. Demasiada información. Telediarios nocturnos, periódicos en la red. Demasiada información. Siempre la misma.
El silencio. Lo invade casi todo. Ojalá invadiera también mi cabeza y lograra lo que ni las hierbas medicinales consiguen. En vez de eso, me lleva a deambular, noctámbulo, por mis pensamientos. Que también son demasiados. Vienen y van como una tribu nómada y no me dejan en paz.
Pero está esa increible perspectiva de la calle desnuda que solo los yonquis de la noche son capaces de apreciar en toda su belleza. Algo que no puedes ver si estás dormido. Algo difícil de apreciar en un sueño. Algo para disfrutar por su simpleza. Poético.
Adoro el insomnio.
Me encanta pasar las noches repasando los canales de teletienda temiendo que llegue ese maldito primer sueño, fases pre-rem y rem y todas las malas compañias que solían hacerme un hueco en sus dulces noches. Perdón, sueños. Perdón, pesadillas.
O lo que sea.
Aborrezco pasar las noches repasando los canales de teletienda deseando que llegue ese ansiado primer sueño, fases pre-rem y rem y todas las buenas compañias que solían hacerme un hueco en sus dulces noches. Perdón, sueños.
Me desespera pasar las horas mirando al techo censando todos los agujeros que tarde o temprano habrá que ir tapando. Me exaspera el vano intento de cerrar los ojos y esperar que por arte de magia el sueño aparezca y me lleve a cualquier fantasia, lejos. Muy lejos. Me revienta dar vueltas entre las sábanas sin que estas me cuenten ni la más mínima infidelidad.
Cierro los ojos y me aburro. Paso las horas contando los minutos hasta que mi despertador, en paro, me diga que es la hora de amanecer e ir a trabajar. Sin dormir.
Imagino a la gente acurrucada entre toneladas de mantas soñando quien sabe que. Quien sabe con quien. Pasando la noche en iluminados paraísos decorados con lo que ellos quieran.
Y encima este maldito dolor de cabeza. Demasiada información. Telediarios nocturnos, periódicos en la red. Demasiada información. Siempre la misma.
El silencio. Lo invade casi todo. Ojalá invadiera también mi cabeza y lograra lo que ni las hierbas medicinales consiguen. En vez de eso, me lleva a deambular, noctámbulo, por mis pensamientos. Que también son demasiados. Vienen y van como una tribu nómada y no me dejan en paz.
Pero está esa increible perspectiva de la calle desnuda que solo los yonquis de la noche son capaces de apreciar en toda su belleza. Algo que no puedes ver si estás dormido. Algo difícil de apreciar en un sueño. Algo para disfrutar por su simpleza. Poético.
Adoro el insomnio.
Me encanta pasar las noches repasando los canales de teletienda temiendo que llegue ese maldito primer sueño, fases pre-rem y rem y todas las malas compañias que solían hacerme un hueco en sus dulces noches. Perdón, sueños. Perdón, pesadillas.
O lo que sea.
sábado, 17 de enero de 2009
Orgullo y Prejuicio (si Jane me lo permite....)
Vanidad. Orgullo. Prejuicio. Odio. Indiferencia. Aburrimiento al fin y al cabo; pero que esto no parezca el título de la última película de Almodóvar ni el de un libro de, pongamos, Jane Austeen.
Que no sea vanidad, orgullo, prejuicio, odio, indiferencia o aburrimiento lo que me lleve a escribirte unas líneas, con falta de estupidez y de ortografía. Total, no lo vas a leer.
Sale de detrás de mi máscara y cae sobre estas hojas marchitas donde las golondrinas ya no volverán a volar.
Desgarra el silencio esta guitarra desafinada junto a mi voz quebrada y la lágrima que te suelto, la que nunca recogerás.
Escucha este grito silencioso que te rasga las entrañas y te ablanda el corazón. Para que te enteres. Te digo que me dejes ver más allá, que me des una pista o una alegría cuando me permitas oir tu voz.
Toma mi mano, dame la tuya, coge lo que quieras. Pero hazlo rápido, no sea que despiertes y no te acuerdes de mi cara, de mi voz o de mi tacto.
El mismo con el que te sueño más de vez que de en cuando.
Que no sea vanidad, orgullo, prejuicio, odio, indiferencia o aburrimiento lo que me lleve a escribirte unas líneas, con falta de estupidez y de ortografía. Total, no lo vas a leer.
Sale de detrás de mi máscara y cae sobre estas hojas marchitas donde las golondrinas ya no volverán a volar.
Desgarra el silencio esta guitarra desafinada junto a mi voz quebrada y la lágrima que te suelto, la que nunca recogerás.
Escucha este grito silencioso que te rasga las entrañas y te ablanda el corazón. Para que te enteres. Te digo que me dejes ver más allá, que me des una pista o una alegría cuando me permitas oir tu voz.
Toma mi mano, dame la tuya, coge lo que quieras. Pero hazlo rápido, no sea que despiertes y no te acuerdes de mi cara, de mi voz o de mi tacto.
El mismo con el que te sueño más de vez que de en cuando.
domingo, 11 de enero de 2009
Con-fusión
Confundir: (verbo). Dícese del vano intento de engañar u ocultar toda o parte de la verdad que te rodea diariamente.
Y cuando confundes tanto, se te lleva el viento. A ti, o a tus palabras vacías, confusas, inútiles.Es en ese momento cuando empiezas a confundir, el instante en que te vuelves ciega y no ves la legión de soñadores que te gritan en cada esquina que les lleves contigo; medio mundo que te reclama una mirada, un beso o un suspiro de madrugada justo antes de meterte en la cama.
Mejor te hago una instancia, suscrita por lo que escribo y ese ánimo pueril que me aleja de la cordura que alimenta mi aliento.
O igual te escribo un mail, sin asunto, para que no te asustes y lo cierres sin mirarlo. O un mensaje, corto, escueto, concreto; pero sin abreviaturas. No se puede abreviar un beso, un abrazo, un te amo.
No, no; mejor te llamo. Disfruto de tu voz y de tu risa; quedamos, hablamos, caminamos y hablamos más.
Y acabo sin decirte lo que me lleva a escribirte algunas lineas más de la cuenta en el bloc del olvido. Así se alimenta el fuego de la hoguera que consume todo intento razonable de ser un poco más que ayer.
Pero aun así, toma mis hombros si quieres llorar; yo no los uso, me quedan demasiado lejos.
Y cuando confundes tanto, se te lleva el viento. A ti, o a tus palabras vacías, confusas, inútiles.Es en ese momento cuando empiezas a confundir, el instante en que te vuelves ciega y no ves la legión de soñadores que te gritan en cada esquina que les lleves contigo; medio mundo que te reclama una mirada, un beso o un suspiro de madrugada justo antes de meterte en la cama.
Mejor te hago una instancia, suscrita por lo que escribo y ese ánimo pueril que me aleja de la cordura que alimenta mi aliento.
O igual te escribo un mail, sin asunto, para que no te asustes y lo cierres sin mirarlo. O un mensaje, corto, escueto, concreto; pero sin abreviaturas. No se puede abreviar un beso, un abrazo, un te amo.
No, no; mejor te llamo. Disfruto de tu voz y de tu risa; quedamos, hablamos, caminamos y hablamos más.
Y acabo sin decirte lo que me lleva a escribirte algunas lineas más de la cuenta en el bloc del olvido. Así se alimenta el fuego de la hoguera que consume todo intento razonable de ser un poco más que ayer.
Pero aun así, toma mis hombros si quieres llorar; yo no los uso, me quedan demasiado lejos.
jueves, 8 de enero de 2009
Imaginar
Todo el mundo dice que imaginar, como soñar, es gratis. No cuesta dinero y muy poco trabajo. Sólo quedarse un rato sentado en un sofá raído y hacer volar las neuronas hacia donde rara vez viajarían cuando están inmersas en la rutina diaria de trabajo y relaciones sociales varias. Hay veces, sin embargo, que hay que darle un empujón a la imaginación para poder llegar a soñar cualquier realidad factible.
Así que imagina.
Imagina que tu realidad se viene abajo. Imagina que tu vida acaba, en cualquier sentido. Física o metafóricamente. Y piensa en todas las cosas que puedes o tienes o quieres hacer. Lista todo aquello que siempre has pensado o soñado y nunca has hecho. Y piensa.
Piensa que vendes tu genial deportivo por ese pequeño y destartalado clásico con el que llevas soñando desde que te sacáste el carné.
Presiente un modo de hacerte con esa Gibson Les Paul que te ronda la ilusión desde los 12 años.
Planea como enfrentarte a todos aquellos por los que siempre callas y por los que tragas lo indecíble por no herir. Empezando por tu jefe, cobijado en su sillón de piel para decirte que nunca llegarás allí donde él se ha acomodado tanto. Acabando por tu amigo, por el que tanto has sufrido y tanto ha cogido que no te ha dejado aire para respirar.
Cree en ese hogar que creaste en tu mente y sustituye con él la oscuridad de cortinas marchitas en donde vives esperando que suene el timbre y, por una vez, no sea el repartidor de pizzas.
Deja de imaginar ya.
Y ahora, pregúntate por qué no empiezas a hacerlo mañana.
Así que imagina.
Imagina que tu realidad se viene abajo. Imagina que tu vida acaba, en cualquier sentido. Física o metafóricamente. Y piensa en todas las cosas que puedes o tienes o quieres hacer. Lista todo aquello que siempre has pensado o soñado y nunca has hecho. Y piensa.
Piensa que vendes tu genial deportivo por ese pequeño y destartalado clásico con el que llevas soñando desde que te sacáste el carné.
Presiente un modo de hacerte con esa Gibson Les Paul que te ronda la ilusión desde los 12 años.
Planea como enfrentarte a todos aquellos por los que siempre callas y por los que tragas lo indecíble por no herir. Empezando por tu jefe, cobijado en su sillón de piel para decirte que nunca llegarás allí donde él se ha acomodado tanto. Acabando por tu amigo, por el que tanto has sufrido y tanto ha cogido que no te ha dejado aire para respirar.
Cree en ese hogar que creaste en tu mente y sustituye con él la oscuridad de cortinas marchitas en donde vives esperando que suene el timbre y, por una vez, no sea el repartidor de pizzas.
Deja de imaginar ya.
Y ahora, pregúntate por qué no empiezas a hacerlo mañana.
domingo, 4 de enero de 2009
Pequeña Navidad
Guste o no, estamos en Navidad, y con ella viene esa época de derroche de buenos sentimientos con los que se corre el riesgo de morir de una sobredosis de cariño.
Y puestos a derrochar, empiezo ya con los regalos. Para ti ya lo tengo. Quiero darte un te quiero y decirte un beso. El te quiero es fácil dártelo. Basta con tenerte delante y soltártelo. Aunque no sepas que ese "quiero" está encubriendo un potencial "amo" en su interior.
Decirte un beso es algo más complicado. Decírtelo sería como pretender que una guitarra sonara sólo al mirarla.
Pero es el beso que me persigue y te rehuye el que me quita el sueño. Es el que te quiero dar y no me atrevo; el mismo, dulce, con el que sueño cada noche. El que creo que deseas y que temes. El que sé que deseo y temo. El que arranca lágrimas de donde antes hubo y se agotaron. El que me avergüenza si te lo doy y me atormenta si no. El que me hace verte en cuanto cierro los ojos. El que me llega con cada canción. Ése. Tan cercano y tan distante, ajeno y propio, tuyo y mio y de los dos. Ese que me envenena cuando tan cerca está que me separa de su propia cercanía.
Cállate y dame un beso
Y puestos a derrochar, empiezo ya con los regalos. Para ti ya lo tengo. Quiero darte un te quiero y decirte un beso. El te quiero es fácil dártelo. Basta con tenerte delante y soltártelo. Aunque no sepas que ese "quiero" está encubriendo un potencial "amo" en su interior.
Decirte un beso es algo más complicado. Decírtelo sería como pretender que una guitarra sonara sólo al mirarla.
Pero es el beso que me persigue y te rehuye el que me quita el sueño. Es el que te quiero dar y no me atrevo; el mismo, dulce, con el que sueño cada noche. El que creo que deseas y que temes. El que sé que deseo y temo. El que arranca lágrimas de donde antes hubo y se agotaron. El que me avergüenza si te lo doy y me atormenta si no. El que me hace verte en cuanto cierro los ojos. El que me llega con cada canción. Ése. Tan cercano y tan distante, ajeno y propio, tuyo y mio y de los dos. Ese que me envenena cuando tan cerca está que me separa de su propia cercanía.
Cállate y dame un beso
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