Al minúsculo grupo que practica tal actividad se le puede preguntar por sus reflexiones y/o deflexiones en cuanto apagan la cpu y se dedican a relacionarse. Muchos hablarán de las maravillas que les genera el perderse hacia dentro. Otros, hablarán de la necesidad de reiniciar el procesador después de que la sobresaturación de pensamientos cuelgue la máquina. Esto ocurre siempre que se deja volar la imaginación demasiado lejos y no ves donde están los límites. La mente consciente procesa 16 bytes de información por segundo, la subconsciente, 11 millones. Es sólo un dato, por si interesa.
De hecho interesa; ahora muchos entenderán a que vienen los bloqueos cuando hay demasiados programas en marcha. No hay que forzar la máquina, es muy sensible. Cualquier golpe de nada puede provocar un derrame de piezas más incontrolable que el Tetris en nivel experto. Y te quedas en blanco, sin saber qué hacer o qué decir. En ese momento es cuando a los no-pensadores (sí, a ellos también les puede pasar) se tiran a lo que mejor saben hacer cuando les sobreviene una caída de tal calibre: beber para olvidar.
A los que se consideran pensadores les da por lo mismo, y por fumar cosas raras y, a veces, hasta por escribir en un bloc lo primero que les viene a la cabeza. Porque, eso sí, después del cuelgue, a reiniciar y volver a empezar. Les da por escribir y escribir y escribir un montón de palabras que, bajo su a menudo aparente inconexión, esconden el código secreto para descifrar tantos y tantos terabytes de información almacenada que siempre llevan al mismo lugar. Siempre al mismo reducto solitario donde el olvido es el único cómplice que te sigue donde vayas y te cuenta que no eres el único en esconderte en las entrelineas para no ser visto, aunque a veces se te escape algo, y te recuerda que....
Bueno, simplemente, te recuerda.
Después de leer esto, más de uno entenderá porqué pensar es una actividad que a ese gran porcentaje de la población puede resultarle completamente anodina y no la practica.