domingo, 29 de marzo de 2009

Niño malo

Siempre fui un buen niño; siempre me porté bien y fui correcto. Tanto, que al final prometí dejar de serlo. Y las promesas hay que cumplirlas. Así que esta noche no esperes que te haga un hueco a mi vera, porque no voy a estar ahí para acunarte. Hoy no voy a llevarte al privado del olvido, porque estoy cansado de ver como te escapas. Esta noche, salgo solo.

Es muy posible que camine un rato hasta el coche y luego cruce Barcelona de punta a punta, buscando algún estacionamiento prohibido, bajo el influjo de renombradas drogas de diseño; dejado llevar por las estridentes notas del Helter Skelter.

A lo mejor hasta me atrevo a mirar bajo la falda de alguna que me encuentre por la calle del pecado. Tranquila, desconfiaré de la que me lo prometa todo. Nunca sabes de quien puedes fiarte.

Pero no intentes detenerme. Que no se te pase por la cabeza. Creo que no lo aguantaría. No soportaría la dulce tentación que supone tu cara frente a la mía, sin poder acercarme un poco más de la cuenta. Hasta chocar contigo. Y entonces entrarías en una espiral sin fin, donde no querrías que apartara mis labios de los tuyos ni mis manos de tu espalda; donde desearías que el tiempo se detuviera mil momentos para disfrutar de mi carícia. Y yo me apartaría. Esperando tu regreso y tu insistencia en mostrarme tus instintos más básicos en el asiento de atrás del coche. Por incómodo que sea. Dentro de un rato te llevo a casa; a la mía. No quiero despedirme de ti hasta otro día.

Quiero enseñarte la comodidad de mi cama y lo caliente de mi abrazo, sin que puedas siquiera querer zafarte de él. Quiero agarrar tus manos con la fuerza del momento en que te digo que te quiero, y que no te dejare ir. Quiero acariciar tu pelo hasta los pies, pasando por todos los rincones escondidos de tu ser. Quiero tenerte bajo las sábanas hasta perder por completo el control. Y retenerte cuanto tiempo quieras.

Y espero tardar un buen rato en despertar.

lunes, 23 de marzo de 2009

Trajes a medida

He vuelto a recuperar el traje de poeta urbano. Lo tenía en la lavandería, junto al de super-heroe y al de rebelde sin causa. Los había olvidado por completo. A todos ellos. De repente, sentado en el sofá, me di cuenta de que me faltaba algo y necesitaba recuperarlo. Hice un registro exhaustivo de todos mis recuerdos hasta que encontré la respuesta escondida bajo una duda, en la mesita de noche: los trajes.

Después de tanto tiempo no me había acordado de ellos. Con tanto estropicio encima, tenían que tardar lo suyo en estar listos otra vez. Y me los han dejado como nuevos. Bueno, casi. Tantas idas y venidas, subidones y bajones con todos sus terminos medios, empatías y asertividades, ya van perdiendo color. Se ven apagados, ya no impresionan tanto. Aunque si los miras bien, aún tienen algo de tirón en algún momento. Pero cuesta mucho salir a la calle con ellos a cuestas, porque a veces son un lastre: "oye, recítame un poema", "super, te necesito", "no me digas nada, con tu mirada me basta". Aberrante. Que poca sensibilidad. Bajo los trajes se esconde una persona que, valga la redundancia, se esconde bajo ellos. Bajo los trajes existe un corazón que ya no sabe hacia donde mirar para pasar desapercibido o para llamar la atención. Bajo los trajes, cada vez queda menos.

Pero aún así los sigo usando. Es lo único que me queda. Para gritar, volar o, simplemente, para vivir. Pese a los restos de viejas batallas, sigo poniéndome los trajes y saliendo a la calle cuando hace falta, o almenos cuando yo creo que hace falta. Ahí hay una gran diferencia. A veces metes la pata y crees que tienes que tener una noche estelar y salir en las noticias cuando lo más prudente sería quedarse en la cama. Pero tu sales. Y deseas haberte quedado en la cama. Son gajes del oficio, que se le va a hacer. Igual es la edad.

Tal vez sea que los años si que afectan. Quizá el tiempo de disfrazarse tenga fecha de caducidad, y yo sin saberlo. Ahora ya lo sé. Había unos cuantos dichos sobre lo de aprender antes de acostarse, así que hoy ya he cumplido. Algo bueno tenía que haber en hacerse mayor, por lo menos a la hora de aprender rápido sin demasiados tropezones. Pero el tiempo a veces hace de tí una estatua, inmutable e inmovil. Y los días pasan sin nada más que hacer que no sea pensar en todo lo que ha ído pasando de largo. Y en que no vuelve. El tiempo se eterniza o se reduce a su antojo, sin pedir permiso ni preguntar si te va bien que empiece a jugar. A veces hasta te corta el paso o te traba en dificultades varias, para las que ya no vale ningún tipo de tiempo muerto. Estan todos agotados, y no hay prórroga que valga.

Así que te quedas con un traje usado, viejo y sin ánimos de comprar otro. Y si los tienes, de qué lo compras? Ya no queda ninguno minimamente original. Están todos pasados de moda, caducos. Te quedas con los tuyos, que ya les tienes aprecio, aunque se queden en el olvido en algunos momentos. Y si no los quieres usar, porque no te apetece, puedes salir a la calle desnudo.

Total, quien necesita hoy en día a un poeta en paro, un super-heroe en apuros o a un rebelde con demasiadas causas.

domingo, 15 de marzo de 2009

Sobre Julietas promiscuas y Romeos en paro

El bueno de William mintió. Es posible que fuera algo involuntario, tal vez provocado por el abuso de cierta hierba que se inhala una vez quemada; pero mintió. Se inventó una historia de amor donde las haya, que seguramente encontró agazapada en alguna esquina esperando ser recogida con algo de cariño. Luego adoptó una de las máximas del periodismo, y no dejó que la verdad le arruinara una buena historia.

Así que cogió a Romeo y a Julieta y los metió, pobres, en una batalla de amor y de odio. Sin embargo, lo que no contó fue la historia real de ambos. Su verdadera historia es aquella en la que Julieta le da calabazas a Romeo reiteradamente, empecinada en negar una relación de tal calibre mientras se dedica a gatear de bar en bar, en busca de otros romeos que prometen una felicidad precoz pero fugaz. Y aunque se desespera al amanecer cada mañana en una alcoba diferente, vuelve de noche a buscar lo que no encontrará, devorando el mundo con un apetito voraz.

Romeo, por su lado, no osa salir de su habitáculo por culpa de la grave depresión generada por la conocida promiscuidad de Julieta y su rechazo hacia él. Le manda flores a todas horas para, acto seguido, arrepentirse de ello. Le escribe poemas como el mejor trobador, mandándolos a la hoguera después, avergonzado. Obstinado, reparte llantos por doquier, sin llegar a comprender la espantosa injusticia con que, a sus ojos, está siendo castigado. Maldice y blasfema, carga contra todo y todos hasta que, al borde del precipicio, decide convencerse a si mismo de la estupidez de su estado. Así, armado de valor, sale a la calle dispuesto a levantarle la falda a la vida y se abalanza sobre las barras de las tabernas, comprobando en propia carne la resistencia del ser humano ante la ingesta masiva de licores. A la vez, explota sus más grandes dotes amatorias y su don de la palabra para seducir a las más bellas doncellas que se le presentan. Y a las no tan bellas. Hasta que por fin consigue su ansiado objetivo de olvidarse de Julieta.

Tras una noche de escandaloso desenfreno, despierta resacoso junto al cuerpo desnudo de una esbelta muchacha que, de espaldas a él, sigue profundamente dormida. Romeo trata por todos los medios de aclarar su cabeza y averiguar qué diablos le llevó la noche anterior a seguir las curvas de otra mujer. Se siente avergonzado hasta la muerte por haber traicionado a su propio amor por Julieta, y por haberse dejado llevar y provocar una tragedia de tales dimensiones. Se lleva las manos a la cabeza, desesperado por su hipocresia, incapaz de contener las lágrimas. Y entre tanto llanto por su traición, la muchacha empieza a recuperarse de su leve intoxicación etílica y se despereza impúdicamente entre las sábanas. Al notar la presencia de un extraño en su alcoba, se levanta de un salto, sorprendida consigo misma por haber sido capaz de meter en su casa a alguien, acostumbrada a ser ella la extraña. Así, empieza a vociferar al pobre Romeo, que sigue derrumbado en un rincón, pidiéndole todas las explicaciones habidas y por haber.

Es entonces cuando Romeo levanta la mirada hacia la joven, aguanta la respiración y transforma su cara depresiva en una expresión a medio camino entre la sorpresa y la incredulidad, al reconocer el bello gesto de Julieta en la penumbra de la habitación. Julieta, más sorprendida aún al reconocer a su Romeo perseguidor, no puede más que musitar unas palabras ininteligibles que Romeo no acierta a descifrar.

Ignoro como acaba la historia de la mañana en que Romeo y Julieta se encontraron frente a frente, desnudos, tras una noche de consentimiento en la ignorancia. Seguramente mal, como la mayoría de estas historias. Es posible que, una vez serenados, compartieran un café y un poco de charla, y luego volvieran a la cama, resignados y sorprendidos por haberse encontrado tan fortuitamente. Pero no creo que acabaran tan rematadamente mal como en la historia original.

Pero a quien le importa.

Ni tu eres Julieta ni yo Romeo.

domingo, 8 de marzo de 2009

Sentidos

Apenas te oigo. Tu voz parece lejana, casi inexistente. Acércate un poco más, sólo un poco. No quiero dejar de oirte ni un momento. A ratos puedo sentir tu cercanía en todas partes pero no alcanzo a verte lo suficiente como para regalarte una caricia. Déjame darte un abrazo, almenos; uno de esos, fuertes y cálidos, de los que no te depegarías jamás. Y si quieres te llevo, a cualquier parte, donde tu me pidas.

Tengo el sentido común anestesiado y el corazón en custodia compartida por todos esos momentos vividos. Acuérdate de ellos. Son los que me hacen levantarme a diario y mirarme con otra cara en el espejo. Son los que me llevan a escribirte verso a verso, acorde tras acorde. Cada palabra significa un mundo, cada nota, un desafío. Y todos te los doy, para que los sientas como los siento yo. Es lo que queda de mi, tras un puñado de noches en blanco soñando contigo o junto a ti. Es todo lo que puedo darte.

He robado el don de la palabra para hacerte llegar el mismo mensaje de cada noche. Me vale un "como estás" y hasta un "que haces". Pero no hace falta más. Es sólo tu voz, lo que quiero escuchar. Son tus supiros cuando te haces la cansada, y tu risa. Espero el momento de oirla una vez más. No, mejor todas las veces. Y también espero verte pronto. No aguanto ni un minuto más, y vuelvo a mirar tu foto.

¿Donde estás? No te encuentro, y la búsqueda empieza a convertirse en una utopía. Hazme una señal si vuelas por estos lares, a ver si puedo echarte un cabo y arrastrarte un poco contra corriente, para que veas que no es tan malo. Yo llevo haciéndolo toda la vida, y no puedo quejarme. Súbete conmigo, el camino será agradable, te lo prometo. Nosotros mismos lo haremos así, no importa como.

No tengas prisa.

Espero tu señal.

domingo, 1 de marzo de 2009

Biberones de gasolina

"Acuérdate de la niebla de esta mañana", pensé, "cuando estés en mitad de la huida de ninguna parte". Y cuando me acordé de la niebla, horas más tarde, empezó a cobrar sentido la huida y me sentí tranquilo como un niño en brazos de su próximo enemigo.

Todo eran preguntas sin respuestas claras, un sinfín de "porqués" para los que no era suficiente un absolutista "porque si" o "porque no"; un interrogatorio ante una lámpara cegadora, a 300 por hora. Todo lo que quedaba del dia era un recuerdo y un "te voy a echar de menos" en el alma. Y luego, por la noche, ese sueño en el que alguien me mandaba un corazón envuelto con sonrisas y caídas de ojos eternas, mientras a los mios los trepanaba la madrugada porteña. Para no ver. Para no querer ver los dolorosos murales de una vida, pintados a brocha gorda y a grandes trazos, que se dedicaban a confundir y a convertir en espirales de negación la decisión más recta.

Trato de escuchar la canción del mar y encontrarle algo de sentido común. Pero no lo tiene; ni común ni de ningún otro tipo de sentido que pueda existir en la faz de la tierra. Pierde toda la razón de ser en cuanto empieza a sonar, dispersa y amable a la vez.

Vuelvo a casa pretendiendo encontrarte en la puerta, sentada, esperando cumplir mis ilusas perspectivas. Se que seré incapaz de encontrarte entre la multitud que nunca me rodea, pero quiero intentarlo; si al final del viaje sigo entrando por la puerta solo, almenos habré estado cerca. Muy cerca. Habrá valido la pena y habré disfrutado de esos milímetros que nos han separado al final. La huida se convertirá en un viaje de vuelta y vuelta, de regreso al país de "Nunca Jamás", donde basta con desear las cosas para que ocurran y acunarlas en las manos. A veces, sin querer, me creo la vieja y tonta historia de las películas, en las que la chica aparece tras una de esas típicas puertas correderas y se abalanza sobre el chico mientras suenan pianos y violines que nunca existieron y caen los créditos finales; pero sólo a veces, en muy contadas ocasiones, sumando algún que otro ataque de sueño que me persigue de dia y de noche. Así que no, no me sorprenderá tu ausencia en absoluto. De hecho, era de esperar esa pequeña dosis concentrada de autismo ególatra. Estoy condenado a mirar tras los cristales, bajo una intensa lluvia que puede nublar la mirada de cualquiera.

Quizás trate de agarrarte en mis brazos y cruzar juntos las espinas sin que éstas se atrevan a herirnos la piel. Tal vez te deje utilizarme de abrigo para lo que queda del dia. O te puedo escribir una autopista hacia el cielo sin peajes ni salidas más que las que tu quieras, donde tu las quieras.

Y si no es así, tampoco me sorprenderá. Es solo la fría impresión de no aparecer en ningún lado, aunque solo quiera volver a ser aquel que prodigaba sonrisas a todas horas, dando por bueno el poder sonreir y darse la vuelta para volver a hacerlo. Para acomodarme en mi mismo y rodearme de lo que más quiera. Borrando de la solapa cualquier cartel de preocupación. Tranquilo y tonto y feliz como un niño en brazos de su próximo enemigo.

Como un niño tomando biberones de gasolina.