domingo, 12 de diciembre de 2010

Miedo (a S.)

Andamos masticando la tragedia en cada bocado de realidad que nos encontramos, justo después de perder de vista la percepción que nos mantiene equivocados.

Buscamos la ilusión desesperada en lugares inundados de placebos con sabor a mandarina, los mismos que nos llevan a pulsar un incesante control z. Exasperados, empezamos de cero. Otra vez. Lista vacía, totalmente en blanco. Un nuevo inicio desde la nada, sólo que con mucha más malicia, y muchísimo menos corazón.

Pero tampoco cedemos en la lucha por hallar lo que tantas veces llamamos normal, sin habernos tomado la molestia de definir normalidad. No existe, sólo es una adaptación actualizada de un deseo de año nuevo de un quinceañero que ha visto demasiadas películas. Que ha escuchado demasiados te quieros vacíos, cada vez más difíciles de creer. Son los mismos que triplican el valor del depósito de cariño de uno mismo, ese que ya casi no das a nadie por miedo a que lo destrocen en un millón de pedazos. Y luego convierte en inenarrables aquellos conocidos sentimientos que ya no quieres volver a soltar. Desconfías, pero te lanzas igualmente a brindar por el viejo conocido quien sabe. Y en tu triste despertar únicamente te encuentras con unas sábanas calientes y arrugadas por un hueco de aire frío que emigró al despuntar el alba. Te das un baño con las lágrimas que te quedan sin soltar y te preguntas si te dará tiempo a olvidar antes de volver a empezar, o si todo se irá acumulando hasta que no puedas más y no te atrevas ni a salir al balcón a airear la tristeza. El arresto domiciliario tampoco te servirá, lo sé por experiencia. Seguir igual, puede que tampoco. De esto no puedo hablarte tanto. Es una asignatura que yo mismo sigo suspendiendo.

Por otro lado, ya sabes lo que pienso, no dejo de repetírtelo. En el fondo, creo que también lo digo en voz alta para ver si, escuchándolo, me doy yo también por aludido. No somos como otras gentes vulgares que vienen y se van. Somos únicos en un universo de personas que no desisten en recordarnos que no estamos solos, y tal vez lo mejor que podemos hacer es darle un empujón a quien se ponga delante en ese afán por mantenernos aislados de nuestra propia felicidad, esa que no podemos ver porque siempre insisten en escondernos la verdad dándonos la vuelta de un manotazo. Dale tu misma la vuelta a tus fantasmas. Si les quitas la sábana, ellos se quedan en nada y tu tienes con qué taparte. Que les den.

Te devuelvo prestado algo que me dijiste hace unos días. Un tu vales mucho más que todo esto que me llevó a intentar sacar algo de provecho - aunque sea momentáneo - de los males, cada vez menores, que azotan mi existencia.

Hazlo. No te preocupes más por la prisa de encontrar lo que te está esperando. El destino siempre está un paso por delante nuestro, si no, no se llamaría así. Se llamaría trayecto.

Así que disfruta del viaje. Tómate algo, mira por la ventanilla y vomita en el lavabo si te mareas.

Pero insisto. Disfruta.

La vida es para vivirla.

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