Arrancado de la paz por un extraño sentimiento. Extrañado. Sorprendido. Aletargado y descolocado, sin saber donde te encuentras, pero con esa extraña sensación de que va a pasar algo. De que la guerra está preparada para ver la tenue luz de la noche.
Rezas por un mensaje tranquilizador que no llega y gimes en la cama como un niño al que no han arropado y clama por una pizca de justicia. Te levantas otra vez y vuelves a caer, postrado de rodillas ante el ciclón de una revuelta que sigue su triunfal marcha pavoneándose por haber vuelto a vencer en la batalla.
Bandera blanca. Fin de la guerra. Prisioneros de guerra, encerrados a pan y agua por haber tratado de ser lógicos y convencer con pequeñas dosis de cordura a la incorregible vorágine de sentimientos despilfarrados por un corazón que quiere seguir teniendo su comodidad asegurada. A interés fijo.
La condena parece eterna. Cualquier atisbo de realidad se torna gris ficción en un cielo cerrado por la tormenta que está al caer.
Ya ha empezado.
Ya caen las primeras gotas.
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