sábado, 22 de mayo de 2010

22/05/2010 0:11 - 2:26 156Km

No debería estar aquí. Hace ya rato que tendría que estar en otro lugar. Pero acabo de llegar a casa. 300 kilómetros de nada, para repartir abrazos. Hoy no me apetecía estar solo, y ellos, esos amigos, estaban lejos. No me importa. El viaje de ida lo he dedicado a la reflexión, la histeria y a evitar radares. Un par de horas más tarde, la compañía ha sido una llamada que no esperaba. De dos horas. Aún no sé los motivos de la llamada. Creo que, en el fondo, la he provocado yo, con ese mensaje. Sabía que habría respuesta, y me hacía falta. La respuesta, una charla, o un copiloto que me mantuviera despierto. Miento. Me apetecía hablar, si. Me apetecía hablar contigo. Lo que no me esperaba era que me acompañaras hasta llegar a casa, ni la mayoría de las cosas que has dicho. De verdad, no lo hubiera esperado nunca. Bueno, tal vez, con el tiempo. Pero no hoy. No ahora.

Y ahora, no se que decirte, cuando ya te lo he dicho, todo. Quizá no. Una parte, pero la importante. Estoy cayendo en la cuenta de que tampoco te he engañado. No pretendía subirte el ego, ni mejorar tu autoestima. Por lo que he visto esta noche, lo tienes todo en su sitio. Lo que sí pretendía era ser sincero, sobretodo en lo que se refiere a las personas. En ese sentido, todos somos iguales y no hace falta jugar a buscar las siete diferencias. A veces sorprende encontrarte con estos casos, que acaban demostrando que, en un momento u otro, el alumno se convierte en maestro. Ya no vale sólo con hablar. Ahora toca escuchar, independientemente de dónde vengan las palabras. Hay que prestarles atención, y luego procesarlas con cariño. Estoy en ello.

Por cierto. Tampoco mentía cuando te he dicho que si alguien se lo merece, esa eres tu. Por un sinfín de motivos.

Te lo has ganado.

Tienes mi respeto eterno.

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