lunes, 28 de septiembre de 2009

"Man on the side"

Me he buscado en sincero para ser capaz de sentarme un rato ante la pantalla y escribir algo honesto, pero no me he encontrado. De hecho, después de ese primer paso, el de poder conciliar el sueño de una manera rápida y fácil, llegaba el turno de la cura de sinceridad con uno mismo. Esa abertura hacia el interior, que te catapulta hasta el pasado y te devuelve al presente en una milésima de segundo, te recuerda todos los pasos dados en el camino, te obliga a despedazarlos y a hacerles la autopsia. Luego lo ves todo de otra manera, con cariño, pero diferente.

Ves que no te pierdes nada y que te perdías mucho, que caminabas como un cangrejo sin ver en que dirección iba la carretera a ninguna parte. Y que es mejor cuando sales de casa después de haberte mirado al espejo soltándote una sonrisa.

Que igual que un regalo que no sabes que contiene, la vida te depara sorpresas agradables que tienes que desenvolver y probártelas, a ver si son de tu talla. Y si no lo son, das las gracias igualmente, que sonreír, a día de hoy, sigue siendo gratis. Que cuesta muy poco levantar la cabeza y mostrar esa actitud digna de todo ser humano hacia otro semejante, aunque sea poco frecuente últimamente en la tierra del olvido.

Que a lo mejor re-conoces a gente de quien creías que no podía salir nada bueno y te sorprende encontrar esa honestidad que buscas desde hace tanto tiempo. O todo lo contrario, por lo que te alegras de haberte dado cuenta y te das tu mismo un golpecito en la espalda, felicitándote por esa vista de lince que Dios (?) te ha dado.

Que vale la pena aprender a usar un par de palabras como y que en la vida cotidiana, que no te va a hacer falta que te den un Oscar por fingir ser lo que no quieres ser, que hoy no me apetece cogerte el teléfono y hablar contigo, que hoy salgo solo, o con quien yo quiera, que me apetece dormir en el sofá, despertarme a media noche y comprobar cómo van las ventas de la última novedad para perder peso que venden en la tele-tienda, tomarme una copa o acostarme con la música a todo gas, aunque joda a los vecinos.

Que la filosofía de mercadillo también funciona, aunque no sea un superventas y venga acompañada de botellas sospechosamente vacías y ceniceros al límite de su capacidad. Y que como me contó uno de estos nuevos filósofos de última generación, un tal Mayer, tu, yo y el de más allá podemos ser un "man on the side".

O no.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Achtung baby

Y hoy qué te pasa? Tampoco puedes dormir? No tenías ya dominados algunos métodos infalibles? Seguro que sí, pero tampoco hay que abusar. Nada en exceso, decían en Delfos.

Puedes dedicarte a pasar unos minutos enfrente del bloc, afilando el lápiz y acabar no diciendo nada. O diciéndolo todo, de una manera u otra. Total, qué más da lo que digas, si lo que acaba siendo importante es cómo lo dices. Te pasas la vida midiendo tus propias palabras para que éstas causen el efecto deseado. Calculas todos tus movimientos con el fin de no hacer ningún paso en falso. Y resulta que cuando estás más cómodo es cuando no tienes tiempo de premeditación y eres tan natural como un vaso de agua. Pero aún así te queda la duda.

Dudas que consiguen acercarse a tu retiro sigilosamente y martirizarte con su llamada, martilleando en tu cabeza como los recuerdos que creías haber borrado pero que siempre vuelven. Entonces notas que todo se para alrededor tuyo y te quedas sentado en un rincón, esperando el servicio de recogida urgente a cualquier otra parte.

Lo bueno es que el servicio funciona, y siempre consigues salir y mandar las dudas a molestar a la puerta del vecino, que vive sólo y estará aburrido. Te sacas de la manga una canción y la sueltas a sonar, aunque no la escuche nadie más que tú mismo. Como esas que inundan tu sala de estar, esas que alguien escribió para otro alguien y que quizás hubieran quedado en el olvido, como tantas otras cosas, pero que, por el motivo que sea, o por la magia de quien quiere estar en todas partes, acaban iluminando la oscuridad.

Luego, igual se te ocurre preguntarte en que estarían pensando al escribirlas. Seguro que no puedes resistirte a saber más y más. Seguro que no puedes evitar querer protagonizar alguna. A que no puedes?

Pues presta atención.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Valientes

Aprovecho que os he visto esta tarde, que el tema del día es el de ser valientes, y que aún no me han hecho efecto las pastillas para no soñar. Ya sabéis, yo siempre probando emociones fuertes.

Y es que hay que ser valiente. Dicen que el mundo es de estos, de los que cogen aire, cierran los ojos y dicen "allá voy". Donde sea, pero voy. Visto lo visto hasta ahora, no encuentro ningún motivo por el que no se pueda soñar que lo de ayer fue una pesadilla y lo de hoy un sueño premonitorio de lo bueno que está por llegar. O de lo que está llegando. Así que, ánimo, ya queda menos.

Además, aunque te veas rodeado por cajas de cartón, espiándote desde todos los ángulos habidos y por haber, entre ellas habrás visto caras conocidas que te decían cualquier cosa. Por si no te has quedado, te recuerdo mi parte del guión, el yo sigo aquí, amigo. Pa' lo que haga falta. Rubia, lo mismo te digo a ti. Teléfono móvil, teléfono fijo, mail, facebook, o en persona, que mola más para todos.

Tendría que hacerme con una grabadora, para acordarme mejor de algunas conversaciones, pero siempre queda alguna frase guardada en el disco duro. Lo importante es participar, dices. En todo, sí, hay que participar y estar contento por haberlo intentado; y seguir rascando, que hay miles de premios. Y siempre compramos boletos seguros de que esta vez sí, aunque luego no, y vas perdiendo esa ilusión que tenías el primer día, hasta que dejas de comprar tanto.

Olvidadlo. Esta vez nos toca ganar, amigos.

A todos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Septiembre

No encuentro el reloj. Sí, el reloj, ese pequeño instrumento tan inútil durante las vacaciones como indispensable durante el resto del año. Seguramente será síntoma de la llegada del final del verano y quizás sea que no quiero encontrarlo. Pero me hace falta, aunque sólo sea para cronometrar el tiempo que tardo en perder las grandes aptitudes adoptadas en las últimas seis semanas.

El caso es que creo recordar que lo metí en el cajón de las corbatas, pero por ahí no aparece. Las he sacado todas de su sitio, he aprovechado para deshacerme de las más grotescas - esas que te regalan por Navidad y no usas nunca - pero el reloj no sale. No lo hallo. Es desesperante. Incluso he llegado a pensar en ponerle una correa al despertador, por si llega el día que sea y necesito saber cuanto queda para recuperar las asignaturas que me quedaron pendientes para Septiembre. Por suerte, las tengo claras, y superadas. Pero, dónde estará el reloj.

Estoy empezando a imaginar el caos del primer día de trabajo sin poder controlar el tempo, perdiendo el control y los nervios. Y blasfemando contra Kronos. Si es así, imagina el segundo día: reinará la anarquía y acabaré volviéndome nihilista, o algo peor. Tertuliano de televisión, por ejemplo. Tal vez sea muy melodramático, y sí, puedo preguntar la hora a alguien, o hacer lo que todo urbanita del siglo XXI que se precie es capaz de hacer: mirar la hora en el móvil cada dos minutos, aprovechando la ocasión para mostrar las virtudes de ésta su última adquisición del programa de puntos.

Pero yo necesito mi reloj. No sólo por el vínculo emocional que me une a él, ni porque, modestia a parte, no sea precisamente un Casio de última generación del tenderete de Ahmed en la playa. Me hace falta para ese ritual especial en el que llego al trabajo, me lo quito y lo suelto encima de la mesa, estrategicamente posicionado en dirección sur-sureste, para poder comprobar que llego tres minutos tarde, y controlar cuanto tiempo queda para salir del edificio a fumar de una calada toda la nicotina que puedan soportar mis seguramente enfisémicos pulmones.

Yo que quería empezar el curso con buen pie, y no va a poder ser si no encuentro el reloj. Todo el mundo estará contento: los niños con maletas y estuches nuevos gracias a los corticoles, los funcionarios con sus incómodas sillas pseudo-ergonómicas gracias a las cuales podrán coger una temprana baja por los fuertes dolores de espalda. Y alguno que otro habrá feliz, porque ha vuelto a empezar la Liga. Y yo sin saber donde está el reloj.

Podría preguntarle a mi madre, que a pesar de vivir en la otra punta de la provincia, seguro que tiene una de esas respuestas que caracterizan a toda madre: Has mirado en el sitio donde lo dejaste? Sí, mamá. Pues vuelve a mirar, porque sólo no se va a ir de paseo. Lo peor es que lo haces y lo encuentras, y te preguntas si realmente tu madre es un ser superior o es que ha empezado a poner cámaras ocultas por tu propia casa para controlarte a distancia.

Pensándolo bien, puede que lo encuentre bajo la avalancha de cartas que me he negado a abrir ultimamente y que han ido formando una perfecta pirámide de aspecto incaico sobre la mesa. Podría empezar por ahí, aunque únicamente sea por aquello de descartar opciones, y así, de paso, veo si hay alguna carta realmente importante y no solo facturas. Luego seguiré por los cajones del congelador que, como están vacíos como siempre que vuelves de vacaciones, serán fáciles de registrar. Y ya quedarán menos.

Tal vez deje para el final lo de volver sobre mis pasos hasta el cajón de las corbatas y levante la última que me dejó mi padre, de un aire totalmente ochentero, bajo cuyo sospechosamente abultado pliegue está el maldito reloj, exactamente en el mismo lugar donde lo dejé.

Pero mientras, buscaré por otros lares, empezando por el mueble-bar, que siempre me tiene guardada alguna que otra alegría.

Como las que encuentro cuando menos me lo espero.

Donde menos me lo espero.