Estamos jodidos. Ahora que parecía que venía buen tiempo, va y cae una tromba de esas que te calan hasta los huesos y te desubican la cabeza. Yo que me creía feliz en el trópico, me encuentro en el centro de Barcelona mirando al cielo y preguntándome en qué momento no se me ocurriría coger un maldito paraguas. Aunque me siento orgulloso de mi mismo. Nunca me han gustado los paraguas. Prefiero mojarme bien y empaparme de todo lo que cae, aunque luego me quede ese resquemor por haber hecho el gilipollas. Otra vez. Y van.... no sé, he perdido la cuenta. Son ya muchos años de repetir la asignatura en septiembre, y siempre suspendo. Pero creo que esta vez igual me ponen un aprobado, justito, pero aprobado. Así, a lo mejor me puedo deshacer de la gilipollez que me persigue en tren expreso, pisándome los talones.
Si es que no la quiero. No me hace falta. Y eso que he conseguido, tras años de experiencia, convertir la tontería en arte. Incluso he logrado desarrollar diferentes categorías, para separarlas en función de la respuesta que se desee de cada sujeto prestado a la investigación y también relacionadas con el momento y la situación en que se puedan dar dichas tonterías. La tontería por la ignorancia, la de la borrachera, la del momento incómodo barra violento, o la de hacerte reir, por ejemplo. Y la de escribir, cuando hace rato que debería haber puesto el tapón a la botella y tumbarme a mirar los desconchones del techo.
Podría hacer una breve pausa para la publicidad. Eso siempre queda bien. Cuando mejor está la película, van y ponen anuncios para desviar la atención del espectador. A mi me pasa lo mismo. Cuanto más cerca estoy de soltar cualquier barbaridad, anuncios, y cambiamos de tema por completo. Más de uno creerá que es por añadir unas lineas. Pues no.
Seguramente es cosa del subconsciente, que cuando anda afectado por algún tipo de sobredosis de cariño, te frena las neuronas y no te deja soltar nada. Especialmente aquello que tampoco va a cambiar nada.
El caso es que, teniendo en cuenta la de tonterías que se hacen al cabo del día, uno se pregunta cómo es posible seguir vivo después de tanto tiempo. Supongo que debe ser cuestión de práctica y de saber disimular en el momento exacto después de haber cometido alguna atroz gilipollez. Luego intentas recordarlo todo y tomar buena nota para que no se vuelva a repetir más. Y a pesar de ello, siempre se repite. Es posible que sea por la falta de recursos que tenemos los humanos para controlar lo incontrolable, para domar toda la fuga de sentimientos que nos emanan por los poros de la piel en cualquier momento de descuido. Las alarmas se conectan al momento igual que la luz verde de un taxi cuando se siente solo y te provoca un torrente desenfrenado de autocomplacencia y abandono a tu propio interior. Hasta lo más profundo de ti. Pero incluso ese abandono tiene algo que atrae. Un factor x, digamos. Y te lanzas sin frenos.
Volviendo al tema. Hablaba de la lluvia. El agua te moja.
Y te recuerda que seguimos vivos.