jueves, 14 de abril de 2011

Aprendiendo a construir un corazón

Hace un rato el aire fresco me golpeaba la cara y ha hecho que me olvide de la incursión no autorizada que has hecho en mis pensamientos esta semana. Debería denunciarte. No se si es que creías que no iba a darme cuenta, pero lamento decirte que no me importa. Bueno, no. No lo lamento. Y la incursión tampoco ha sido para tanto, y no han sido más que un par de días. Pero lo que si es cierto es que estar paseando con el viento soplando en mi contra ha sido más relajante que una docena de caricias tuyas.

En realidad, lo que más he pensado es en un concepto intocable y frágil, no porque se rompa, sino porque no existe más allá de los pensamientos de las buenas gentes que lo desean y lo buscan en cada uno de los rincones de sus sueños. Esos sueños acaban llevando a cada uno al lugar que le corresponde y les enseña que no vale la pena seguir teniendo miedo a nada ni a nadie. Morfeo se encarga de guiarnos en un camino de ilusiones por las que no hay que pagar peaje alguno. Y menos uno con un precio desorbitado. Sabes, es más fácil de lo que parece. Solo hay que dejarse llevar un poco por la marea, y acabas volviendo a la orilla desde donde ves con perspectiva el rompeolas desde el que saltaste sin pensar en el más que posible golpe contra las rocas. En los sueños, todo vale. Y todo se puede.

Entonces es cuando a mi se me ocurre hacer caso a mis viajes oníricos y salir de casa mirando al cielo en vez de al suelo. Si llueve, te das cuenta antes. Si hace sol, también. La luz se clava en los ojos y nutre de vida al corazón. El riego, por aspersión, que funciona mejor y no da dolores de cabeza. Alguna resaca que otra, pero nada grave.

Así que me voy con ese sueño que noche tras noche me alegra el día. Me voy con ese sueño que día a día me hace más fuerte. Me voy con esa fuerza que me obliga a ser valiente. Me voy con esa valentía que me hace querer soñar mi sueño favorito.

Ese sueño.

El que sigue intacto.